Luego del acalorado debate surgido sobre el artículo escrito hace unos días titulado “¿Llegó el cambio para la Iglesia?”, me parece que es necesario hacer y revisar a conciencia muchas de las opiniones vertidas por los lectores.
Primeramente, ha quedado claro por todos que el tema de la religión, cualquiera que ella sea, despierta pasiones increíbles. Si mi escrito hubiera sido sobre si Marte debía ser considerado planeta o no, nadie se hubiese interesado.
Muchos de los que opinaron consideraban que mi simple pregunta, pues debo aclarar que no era una afirmación sino una pregunta, era razón suficiente para que me largase de mi tan querida Iglesia católica. Ser miembro de la iglesia, de un club social, de un partido político o de una empresa no es óbice para que permanezcan callados o no puedan opinar todos aquellos que buscan como único fin el mejoramiento de esta institución. Porque la amo, hago recomendaciones que algunos podrán compartir y otros no.
Con los que no estoy de acuerdo y nunca lo estaré, es con aquellas personas que sólo se pasan la vida satanizando a la Iglesia católica, pero que con ese mismo coraje no se atreven ni a murmurar de otras religiones por temor a que sean vengadas por algún fanático. La idea de ellos es que las masas no crean en nada, pues así es más fácil controlarlas. La Iglesia católica está hecha por hombres y por ende somos pecadores. Nuestra historia está plagada de momentos oscuros, pero su sentido y creencias originales están intactos. Lo que sucede es que aquellos que desean liquidarla sólo resaltan, y debo decir con cierto éxito, los errores cometidos. La religión no es como ir al supermercado donde puedo escoger los productos a mi antojo. La religión exige el cumplimiento de ciertos parámetros que se deben cumplir, que en algún momento se han desvirtuado por sus propios miembros. Todos sin excepción tendemos a crear nuestro dios a nuestra imagen y semejanza y no al revés, ignorando los principios básicos que deben seguirse.
Mi artículo no estaba basado en hechos bíblicos; antes bien, tomé acontecimientos recientes como el comunicado sobre la reunión de los obispos austriacos con el Papa y expresé una opinión. Sé que la Iglesia no es una organización democrática, pues sus sacerdotes hacen votos de obediencia, pero los seguidores como yo sí podemos externar y opinar criterios que busquen mejorar la mejor de las instituciones. De allí que el comunicado de los obispos rompe con la jerarquía de la Iglesia y eso está mal, pero al mismo tiempo hace reflexionar si no era necesario eso para que las altas autoridades prestaran atención al sentir de, si se quiere, un minúsculo grupo de seguidores.
La Biblia no es la única fuente de la fe católica, también lo son el Magisterio de la Iglesia, la Carta de los Obispos y hasta los concilios que se realizan con el fin de cambiar el caminar de la Iglesia revisando sus actuaciones, mejorando o adaptándose, no a la moda, sino a las necesidades de los tiempos y sus fieles.
El Papa nos insta a desprendernos más de las cosas de este mundo para unirnos más a lo espiritual, más a Dios. Esas son palabras sabias, pero que deben ir acompañadas de mensajes de consuelo, orientación y testimonios de felicidad para todos aquellos que buscan en la Iglesia el vehículo hacia ese fin. Es allí donde estamos fallando y de donde capitalizan los falsos profetas. Aquellos que nos quieren introducir en el consumismo amoral, que nos siembran temores y nos restan alegría.
Luego de revisar las estadísticas y encontrarme con que la mayoría de las religiones están perdiendo a sus fieles, vuelve a surgirme la pregunta para mi religión: “Después de todo, ¿llegó el cambio para la Iglesia?”
El autor es abogado
Luego del acalorado debate surgido sobre el artículo escrito hace unos días titulado “¿Llegó el cambio para la Iglesia?”, me parece que es necesario hacer y revisar a conciencia muchas de las opiniones vertidas por los lectores.
Primeramente, ha quedado claro por todos que el tema de la religión, cualquiera que ella sea, despierta pasiones increíbles. Si mi escrito hubiera sido sobre si Marte debía ser considerado planeta o no, nadie se hubiese interesado.
Muchos de los que opinaron consideraban que mi simple pregunta, pues debo aclarar que no era una afirmación sino una pregunta, era razón suficiente para que me largase de mi tan querida Iglesia católica. Ser miembro de la iglesia, de un club social, de un partido político o de una empresa no es óbice para que permanezcan callados o no puedan opinar todos aquellos que buscan como único fin el mejoramiento de esta institución. Porque la amo, hago recomendaciones que algunos podrán compartir y otros no.
Con los que no estoy de acuerdo y nunca lo estaré, es con aquellas personas que sólo se pasan la vida satanizando a la Iglesia católica, pero que con ese mismo coraje no se atreven ni a murmurar de otras religiones por temor a que sean vengadas por algún fanático. La idea de ellos es que las masas no crean en nada, pues así es más fácil controlarlas. La Iglesia católica está hecha por hombres y por ende somos pecadores. Nuestra historia está plagada de momentos oscuros, pero su sentido y creencias originales están intactos. Lo que sucede es que aquellos que desean liquidarla sólo resaltan, y debo decir con cierto éxito, los errores cometidos. La religión no es como ir al supermercado donde puedo escoger los productos a mi antojo. La religión exige el cumplimiento de ciertos parámetros que se deben cumplir, que en algún momento se han desvirtuado por sus propios miembros. Todos sin excepción tendemos a crear nuestro dios a nuestra imagen y semejanza y no al revés, ignorando los principios básicos que deben seguirse.
Mi artículo no estaba basado en hechos bíblicos; antes bien, tomé acontecimientos recientes como el comunicado sobre la reunión de los obispos austriacos con el Papa y expresé una opinión. Sé que la Iglesia no es una organización democrática, pues sus sacerdotes hacen votos de obediencia, pero los seguidores como yo sí podemos externar y opinar criterios que busquen mejorar la mejor de las instituciones. De allí que el comunicado de los obispos rompe con la jerarquía de la Iglesia y eso está mal, pero al mismo tiempo hace reflexionar si no era necesario eso para que las altas autoridades prestaran atención al sentir de, si se quiere, un minúsculo grupo de seguidores.
La Biblia no es la única fuente de la fe católica, también lo son el Magisterio de la Iglesia, la Carta de los Obispos y hasta los concilios que se realizan con el fin de cambiar el caminar de la Iglesia revisando sus actuaciones, mejorando o adaptándose, no a la moda, sino a las necesidades de los tiempos y sus fieles.
El Papa nos insta a desprendernos más de las cosas de este mundo para unirnos más a lo espiritual, más a Dios. Esas son palabras sabias, pero que deben ir acompañadas de mensajes de consuelo, orientación y testimonios de felicidad para todos aquellos que buscan en la Iglesia el vehículo hacia ese fin. Es allí donde estamos fallando y de donde capitalizan los falsos profetas. Aquellos que nos quieren introducir en el consumismo amoral, que nos siembran temores y nos restan alegría.
Luego de revisar las estadísticas y encontrarme con que la mayoría de las religiones están perdiendo a sus fieles, vuelve a surgirme la pregunta para mi religión: “Después de todo, ¿llegó el cambio para la Iglesia?”
El autor es abogado