Recientemente, llegando a la sección de migración del aeropuerto de Madrid observé un letrero publicitario en donde aparecía la muy recordada Blancanieves en un fregador lavando platos, con un rostro que no escondía su disgusto y rodeada de los siete enanitos, cada cual reclamándole algo. El eslogan del anuncio era: “No da risa”, haciendo alusión a los abusos que se hacen contra la mujer.
Realmente, el tema de este artículo no es analizar los atropellos contra el sexo débil, sino analizar la estructura de aquellas cómicas o cartones animados que tanto nos divirtieron en el pasado, pero que vistos y analizados ahora denotan un poco de inconsistencia real y hasta algo de morbo. Se trata, según mi concepto, de estereotipos programados que nos trataban de imponer desde niños y que adultos y niños contemplamos como públicos inamovibles. No es mi intención el acabar con los bellos recuerdos de infancia de nadie, pero sí proyectar que algunos personajes se salían y se salen de lo moral.
Empecemos por la propia Blancanieves. Escapa del macabro plan de asesinato de su madrastra, que al no soportar que hubiera alguien más bonita que ella en el reino, ordena que la liquiden. Gracias al buen cazador escapa y encuentra refugio en la casa de siete enanos que debidamente organizados trabajaban arduamente en una mina y llevaban la faena diaria del hogar responsablemente. Blancanieves se refugia allí, se duerme en sus camas y empieza a atenderlos como reyes, cocinando, lavando y haciendo los oficios propios del hogar, sin ser criada, pariente o esposa de alguno de ellos. Queda claro para el productor que ella venía a servir y ser contemplada por bella por siete hombres, que aunque eran enanos no dejaban de ser hombres.
Al final, por golosa se come una manzana y cae en un sueño profundo que solo es capaz de suspender el beso de un príncipe azul. Otra vez el productor deja por fuera a los partisanos feos, sin dinero o sin títulos. Solo un príncipe guapo calificaba para tan ardua labor.
Pero cambiemos de personaje. El personaje que llevó al éxito a Walt Disney fue Mickey Mouse o el ratón Mickey. Esta estrella ha sido orientada desde el principio con un problema, si se puede llamar así, digno de un análisis psicológico. En su primer cortometraje de ya hace demasiados años, sale Mickey navegando orgullosamente en un barco de su propiedad y luego de algunas peripecias el barco se hunde y Mickey sale a flote y termina riéndose a carcajadas como si aquella pérdida del bote no importara. Tal vez yo me he perdido algo del mensaje, no sé. Tal vez lo que se ambicionó era demostrar que los bienes materiales no importan, pero ni el ser menos mezquino hubiese disfrutado mientras su bote se hunde.
A Mickey se le puso una novia, Minnie, pero en todos estos años jamás han hablado de matrimonio. Cuando uno visita el parque de Disney en Orlando, Florida, puede observar que sus casas están contiguas y conectadas por el patio. Esta relación raya en lo amoral, al ver los niños con toda naturalidad que en las presentaciones estos personajes se besan, salen agarrados de las manos, pero no se casan. En conclusión, que no se legalice esta situación, no hablemos de la institución de la familia y sigamos siendo novios eternamente. No quisiera meterme en el tema de unos sobrinos que les han agregado en el pasado reciente, pues no he encontrado forma de descubrir qué “ratona” puso esos ratoncitos.
Un personaje curioso es el famoso tío del pato Donald, Rico McPato. Este animado es el reflejo más oscuro del capitalismo. No da ni dice dónde hay. No se sabe a ciencia cierta de dónde sacó su fortuna, ya que en ninguno de los capítulos de los cómics o de la televisión se le ve trabajando en alguna poderosa compañía. No comparte su dinero con nadie, con todo y que como en la mayoría de los primeros personajes de Disney no se le conoce esposa o novia. El pato Donald sueña con heredar esa fortuna, pero tiene un problema, el viejo está entero y da la impresión de que le va a suceder lo mismo que al príncipe Carlos de Inglaterra: que jamás llegará a ocupar el trono.
Ahora, quisiera mudar mi atención a otros personajes todavía más dramáticos. Speedy González. Como sabemos, nuestro simpático ratoncito es mexicano. Su interpretación es genial, es sagaz, muy rápido, pero ladrón. Y es que así se veía a todos los latinoamericanos y no crean, todavía se nos ve así. El gato Silvestre, gringo por supuesto, se encarga de tratar de impedir los atracos del ratón más rápido de México, quien logra siempre escapar a la justica, claro cruzando la frontera. Bueno, debo decir que esto que les explico aquí fue visto por los productores de las caricaturas y en 1999 suspendieron el programa.
Pero qué decir de Pepe Le Pew, conocido como Pepe Lepu. Zorrillo francés enamorado de una encantadora gata americana, Penélope. Pero, ¡qué se podía esperar del zorrillo, que fuera norteamericano, no lo creo, ya que los franceses han tenido fama de siempre oler mal!
Finalmente, quisiera irme más al sur. México fue y es el hogar de innumerables actores y extraordinarias películas y series. Pero una, que por cierto me gusta mucho, es el Chavo del ocho. Aunque he admitido que me gusta verlo, la vecindad proyecta unos estereotipos reales e insensibles. Comencemos por el personaje principal. El Chavo vive en un barril dentro de un complejo habitacional cuyos apartamentos tienen una numeración inventada y desordenada. ¡Pobre del cartero al llegar allí!
Todos los residentes son pobres, pero ninguno se apiada del niño que vive en el barril para darle albergue o comida. Vive de alguna caridad, va a la escuela pública y no tiene familia, pero a nadie parece importarle como para recibirlo en su casa.
Don Ramón, de naturaleza vaga, lleva por lo menos 25 años sin pagar la renta. Pero, ¡cómo lo va a hacer si no trabaja, ni busca trabajo! Además, no tenemos el menor indicio de qué pasó con la mujer con quien tuvo a la Chilindrina. La lógica me indica que lo dejó por vago.
El papá de Quico, según me enteré recientemente, murió en un naufragio y su madre que no se quita nunca los rollos del cabello, se ha dado a la tarea de enamorar al profesor de la escuela, que por cierto fuma hasta en el salón de clases. Pero otra vez lo mismo, jamás se casan, pues en esta vecindad nadie quiere asumir responsabilidades, o por lo menos casi nadie, ya que a la ilustre señora, ordenada, limpia, bien hablada y cortés la denominan la Bruja del 71. ¡Qué antagonismo!
El rico en todo esto es el dueño de los apartamentos, por supuesto, el señor Barriga. Gordo, ¡claro, si tiene muchos recursos!; explotador, pero afable con los niños que le dan toda clase de golpes. Bueno… hasta manda a su hijo, Ñoño, a jugar con los niños pobres. Pero observen el nombre que le ponen al niño Ñoño, que no es otra cosa que un sinónimo de niño malcriado.
Podría quedarme analizando tantos programas y cómicas para demostrar cómo nos han tratado de programar el pensamiento, pero tendría que escribir un libro. Las cosas no han cambiado para nada en estos días, ya no se ven programas de familias unidas, pues eso no vende, aunque sea la mejor institución para la sociedad.
Recientemente, llegando a la sección de migración del aeropuerto de Madrid observé un letrero publicitario en donde aparecía la muy recordada Blancanieves en un fregador lavando platos, con un rostro que no escondía su disgusto y rodeada de los siete enanitos, cada cual reclamándole algo. El eslogan del anuncio era: “No da risa”, haciendo alusión a los abusos que se hacen contra la mujer.
Realmente, el tema de este artículo no es analizar los atropellos contra el sexo débil, sino analizar la estructura de aquellas cómicas o cartones animados que tanto nos divirtieron en el pasado, pero que vistos y analizados ahora denotan un poco de inconsistencia real y hasta algo de morbo. Se trata, según mi concepto, de estereotipos programados que nos trataban de imponer desde niños y que adultos y niños contemplamos como públicos inamovibles. No es mi intención el acabar con los bellos recuerdos de infancia de nadie, pero sí proyectar que algunos personajes se salían y se salen de lo moral.
Empecemos por la propia Blancanieves. Escapa del macabro plan de asesinato de su madrastra, que al no soportar que hubiera alguien más bonita que ella en el reino, ordena que la liquiden. Gracias al buen cazador escapa y encuentra refugio en la casa de siete enanos que debidamente organizados trabajaban arduamente en una mina y llevaban la faena diaria del hogar responsablemente. Blancanieves se refugia allí, se duerme en sus camas y empieza a atenderlos como reyes, cocinando, lavando y haciendo los oficios propios del hogar, sin ser criada, pariente o esposa de alguno de ellos. Queda claro para el productor que ella venía a servir y ser contemplada por bella por siete hombres, que aunque eran enanos no dejaban de ser hombres.
Al final, por golosa se come una manzana y cae en un sueño profundo que solo es capaz de suspender el beso de un príncipe azul. Otra vez el productor deja por fuera a los partisanos feos, sin dinero o sin títulos. Solo un príncipe guapo calificaba para tan ardua labor.
Pero cambiemos de personaje. El personaje que llevó al éxito a Walt Disney fue Mickey Mouse o el ratón Mickey. Esta estrella ha sido orientada desde el principio con un problema, si se puede llamar así, digno de un análisis psicológico. En su primer cortometraje de ya hace demasiados años, sale Mickey navegando orgullosamente en un barco de su propiedad y luego de algunas peripecias el barco se hunde y Mickey sale a flote y termina riéndose a carcajadas como si aquella pérdida del bote no importara. Tal vez yo me he perdido algo del mensaje, no sé. Tal vez lo que se ambicionó era demostrar que los bienes materiales no importan, pero ni el ser menos mezquino hubiese disfrutado mientras su bote se hunde.
A Mickey se le puso una novia, Minnie, pero en todos estos años jamás han hablado de matrimonio. Cuando uno visita el parque de Disney en Orlando, Florida, puede observar que sus casas están contiguas y conectadas por el patio. Esta relación raya en lo amoral, al ver los niños con toda naturalidad que en las presentaciones estos personajes se besan, salen agarrados de las manos, pero no se casan. En conclusión, que no se legalice esta situación, no hablemos de la institución de la familia y sigamos siendo novios eternamente. No quisiera meterme en el tema de unos sobrinos que les han agregado en el pasado reciente, pues no he encontrado forma de descubrir qué “ratona” puso esos ratoncitos.
Un personaje curioso es el famoso tío del pato Donald, Rico McPato. Este animado es el reflejo más oscuro del capitalismo. No da ni dice dónde hay. No se sabe a ciencia cierta de dónde sacó su fortuna, ya que en ninguno de los capítulos de los cómics o de la televisión se le ve trabajando en alguna poderosa compañía. No comparte su dinero con nadie, con todo y que como en la mayoría de los primeros personajes de Disney no se le conoce esposa o novia. El pato Donald sueña con heredar esa fortuna, pero tiene un problema, el viejo está entero y da la impresión de que le va a suceder lo mismo que al príncipe Carlos de Inglaterra: que jamás llegará a ocupar el trono.
Ahora, quisiera mudar mi atención a otros personajes todavía más dramáticos. Speedy González. Como sabemos, nuestro simpático ratoncito es mexicano. Su interpretación es genial, es sagaz, muy rápido, pero ladrón. Y es que así se veía a todos los latinoamericanos y no crean, todavía se nos ve así. El gato Silvestre, gringo por supuesto, se encarga de tratar de impedir los atracos del ratón más rápido de México, quien logra siempre escapar a la justica, claro cruzando la frontera. Bueno, debo decir que esto que les explico aquí fue visto por los productores de las caricaturas y en 1999 suspendieron el programa.
Pero qué decir de Pepe Le Pew, conocido como Pepe Lepu. Zorrillo francés enamorado de una encantadora gata americana, Penélope. Pero, ¡qué se podía esperar del zorrillo, que fuera norteamericano, no lo creo, ya que los franceses han tenido fama de siempre oler mal!
Finalmente, quisiera irme más al sur. México fue y es el hogar de innumerables actores y extraordinarias películas y series. Pero una, que por cierto me gusta mucho, es el Chavo del ocho. Aunque he admitido que me gusta verlo, la vecindad proyecta unos estereotipos reales e insensibles. Comencemos por el personaje principal. El Chavo vive en un barril dentro de un complejo habitacional cuyos apartamentos tienen una numeración inventada y desordenada. ¡Pobre del cartero al llegar allí!
Todos los residentes son pobres, pero ninguno se apiada del niño que vive en el barril para darle albergue o comida. Vive de alguna caridad, va a la escuela pública y no tiene familia, pero a nadie parece importarle como para recibirlo en su casa.
Don Ramón, de naturaleza vaga, lleva por lo menos 25 años sin pagar la renta. Pero, ¡cómo lo va a hacer si no trabaja, ni busca trabajo! Además, no tenemos el menor indicio de qué pasó con la mujer con quien tuvo a la Chilindrina. La lógica me indica que lo dejó por vago.
El papá de Quico, según me enteré recientemente, murió en un naufragio y su madre que no se quita nunca los rollos del cabello, se ha dado a la tarea de enamorar al profesor de la escuela, que por cierto fuma hasta en el salón de clases. Pero otra vez lo mismo, jamás se casan, pues en esta vecindad nadie quiere asumir responsabilidades, o por lo menos casi nadie, ya que a la ilustre señora, ordenada, limpia, bien hablada y cortés la denominan la Bruja del 71. ¡Qué antagonismo!
El rico en todo esto es el dueño de los apartamentos, por supuesto, el señor Barriga. Gordo, ¡claro, si tiene muchos recursos!; explotador, pero afable con los niños que le dan toda clase de golpes. Bueno… hasta manda a su hijo, Ñoño, a jugar con los niños pobres. Pero observen el nombre que le ponen al niño Ñoño, que no es otra cosa que un sinónimo de niño malcriado.
Podría quedarme analizando tantos programas y cómicas para demostrar cómo nos han tratado de programar el pensamiento, pero tendría que escribir un libro. Las cosas no han cambiado para nada en estos días, ya no se ven programas de familias unidas, pues eso no vende, aunque sea la mejor institución para la sociedad.