Realizando esa actividad que tanto placer me causa, como lo es el entrar a cuanta librería encuentro a mi paso, tropecé con un ejemplar de aquel maravilloso libro del autor español Vicente Blasco Ibáñez intitulado La Vuelta al Mundo de un Novelista. Esta obra casi olvidada, ya que fue escrita entre 1924 y 1925 constitutiva de tres tomos, debería gozar de un especial interés para los panameños, pues se trata del relato por parte del ensayista, de un viaje que realizó alrededor del mundo durante seis meses, que incluía Panamá y donde nos dedicó dos capítulos completos sobre su corta estadía en este país.
Quien piense que la vida de un escritor es monótona y resumida a leer, investigar y estudiar, quedará decepcionado al conocer la biografía de nuestro personaje.
Vicente Blasco Ibáñez nació Valencia, España un 29 de enero de 1867. Estudio en la universidad de su pueblo natal, donde en 1888 obtuvo el título de abogado. Funda el semanario La Bandera Federal. Sin embargo, al año siguiente como resultado de su participación en actos políticos tuvo que salir al exilio a Francia. De regreso a Valencia contrae matrimonio con doña María Blasco del Cacho con quien tendría cuatro hijos Mario, Libertad, Julio Cesar y Sigfrido.
En 1894 participa en actividades políticas que desembocan en disturbios lo que provoca que sea encarcelado. Ese mismo año publica el diario El Pueblo, trampolín que le permitirá escribir tanto sus pensamientos políticos, como sus obras literarias. En 1896 es elegido Presiente del Consejo Federal de Valencia y ello lo impulsa a activarse más en materia política. Ese mismo año realiza manifestaciones contra la Guerra que está llevando a cabo España en Cuba y como consecuencia de lo anterior debe huir a Italia. Es enjuiciado y sentenciado a dos años de prisión, sentencia que al año siguiente sería reducida permitiéndosele regresar a España.
Al poco tiempo es elegido Diputado por el Partido Republicano. Funda su propio partido político denominado Unión Republicana Autonomista (PURA), creando una forma ideológica que reflejaría la realidad política y social de Valencia. Sus actividades políticas le permitirán ocupar tres veces más la diputación. Al postularse por quinta vez, durante una actividad proselitista, sus seguidores son atacados a tiros lo que conduce a Blasco Ibáñez a dejar de forma definitiva sus actividades políticas.
Su creación literaria es desde principios de su vida bastísima y su análisis sería motivo de otro artículo, ello sin contar que para 1917 decide explorar la producción de películas de cine entre las que presenta Sangre y Arena y Los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis, ambas obras de su autoría. En 1923 toma la decisión de emprender un viaje alrededor del mundo que culmino con el libro, motivo de este artículo.
La narración de su viaje se inicia en el otoño de 1923 en el jardín de su residencia en Mentón, con un dialogo profundo entre el autor y su conciencia, lo que él denomina sus dos “yo”. El primero de los “yo” lo impulsa a iniciar este viaje aventurero, mientras que el segundo lo cuestiona con preguntas tan simples como “¿Por qué te vas? ¿Qué puedes conseguir realizando tu infantil deseo de hacer un viaje alrededor del mundo?” Este interrogatorio es contestado por ese mismo “yo” invitándolo a conocer el mundo a través de su gran biblioteca personal con más de veinte mil volúmenes.
Él manifiesta que intenta contestarle a su propio fantasma, pero éste lo increpa con un tono más severo, tratándolo de hacerle ver los peligros que sufrirá si seguía con su plan, como las enfermedades, los cambios de clima y sobre todo la falta de juventud con la que ya no cuenta.
Ante estos argumentos el otro “yo” contesta que aunque ya no es tan joven como solía serlo, si tarda en partir llegara la vejez y con ella los achaques, además “su gran ilusión de joven fue ver al mundo y su redondez”.
Así continua el dialogo con más preguntas del “yo” negativo sobre lo corto de su viaje y lo imposible que resultaría poder estudiar las culturas sociales, económicas y políticas de los países visitados, a lo que reposta que él sólo piensa viajar como novelista y no como estudioso de esos temas. Al final el dialogo termina con el silencio de la voz inquisidora y como dice el autor “empiece el viaje”.
Esta gran aventura se desarrollará en el buque Franconia, propiedad de la Compañía Cunard, bote de veinte mil toneladas que será su hogar por los siguientes seis meses. No es interés de nosotros describir todos los sitios visitados por Blasco Ibáñez, ya que como dice el título de este escrito, nos cosentráremos en Panamá.
Después de dejar Cuba, y luego de tres días de navegación, la nave que lo trasportaba llega a las riberas del recién inaugurado Canal de Panamá. Impresiona al ensayista el diseño y fuerza de la obra que corta en dos a todo un continente. Compara el mismo con el Canal de Suez, él cual lo considera más monótono. Encuentra en nuestro canal una mecánica más digna de verse, sin mencionar lo atractivo de los bosques que lo rodean en comparación de los polvorientos arenales de Egipto.
Su descripción impresiona por lo detallada de la misma. Nos habla de Colón como puerto de entrada en el Atlántico y su importancia en los tiempos en que no existía Canal. Digno de comentar es que desarrolla de forma, que sólo un profesor de historia panameña podría hacerlo, una explicación histórica sobre el valor del Istmo para el transito de personas y mercancías, llegando a particularizar hasta la importancia que jugó el ferrocarril de Panamá para el transporte entre los océanos. De las hojas de esta obra se puede colegir que su autor pidió una explicación detallada del funcionamiento técnico y medidas del Canal, pues así ha quedado impreso en el libro.
Luego de tan fascinante descripción nos narra sus consideraciones en torno a la presencia americana en suelo del Canal. Debo admitir que esta parte el escritor no es tan preciso como en los casos anterior, pues aunque parece estar claro en que la presencia del ejercito del norte es para la defensa del Canal, también menciona que desde su independencia, Panamá no ha sufrido intromisiones ni arrogancias de las autoridades canaleras, más aun dice que no salen nunca de la zona que pertenece a los Estados Unidos. Parece que Blasco Ibáñez no fue informado debidamente de las intervenciones, por no decir invasiones del ejército americano en nuestro suelo durante la corta vida que para entonces tenia nuestra República.
Blasco Ibáñez refiere de forma detallada las pericias que significó la construcción de este Canal, explicando las obras y desdichas de Lesseps, cómo los norteamericanos llegaron a Panamá y las estrategias previa a la construcción utilizadas por estos para contener las enfermedades imperantes en esos tiempos, causa principal del fracaso francés.
El autor de la obra en comento, le resulta curioso que los norteamericanos hubiesen concebido una obra que ya para esa época empezaba a considerarse con dimensiones muy cortas para el futuro de la navegabilidad.
Para muchos de los que hayan leído la obra de Vicente Blasco Ibáñez les será grato recordar con especial hincapié lo impresionado que quedo éste con las tonalidades de los colores verdes de los bosques panameños. En sus propias palabras “nunca creí que un mismo color pudiera descomponerse en tantas gradaciones”. De allí surgiría su frase eterna “¡Oh, Panamá la Verde!”.
Después de su travesía por el Canal, Blasco Ibáñez finalmente llegó a la ciudad de Panamá, no sin antes narrarnos en su obra una sucinta, pero excelente descripción del descubrimiento e historia de Panamá. A su llegada es esperado por una gran comitiva del gobierno nacional y de españoles residentes en este país.
Inmediatamente es llevado a la Presidencia de la República donde es esperado por el primer mandatario. Durante su recorrido hacia la ciudad llama su atención la limpieza y buenas condiciones de sus calles. Su descripción de las casas de la ciudad esclarece nuestra imaginación sobre el estilo colonial de aquellas y sus amplios balcones que servían de lugares de descanso para sus habitantes.
Ya en El Palacio de las Garzas lo recibe el doctor Belisario Porras a quien el autor lo define como un escritor. El doctor Porras lo lleva a la terraza del palacio y desde ese punto le describe los avances que ha tenido la joven República. Para Blasco Ibáñez los avances en materia de educación que presenta este país, son en su concepto, sólo comparables con los de Estados Unidos. Siente que sus reconocimientos a su pasado histórico esta reflejado en todas partes, al admirar el monumento a Vasco Núñez de Balboa y la Plaza de España.
Su viaje, después de un breve vistazo de la ciudad, culmina con una cena en el Club Unión donde poetas nacionales declaman versos de amor. Casi a media noche con la oscuridad del Océano Pacifico al fondo, retornar a la nave que lo transportaría al resto de su viaje.
Esta obra es digna de leerse en toda su extensión sobre todo por lo detallista que resulta el su autor en cada país que visita, describiendo no sólo lo que observa a su paso, sino también la historia de cada sitio que brillo con su presencia.
Vicente Blasco Ibáñez fallece el 28 de enero de 1928, dejando un caudal intelectual que perdura hasta nuestros días.
Realizando esa actividad que tanto placer me causa, como lo es el entrar a cuanta librería encuentro a mi paso, tropecé con un ejemplar de aquel maravilloso libro del autor español Vicente Blasco Ibáñez intitulado La Vuelta al Mundo de un Novelista. Esta obra casi olvidada, ya que fue escrita entre 1924 y 1925 constitutiva de tres tomos, debería gozar de un especial interés para los panameños, pues se trata del relato por parte del ensayista, de un viaje que realizó alrededor del mundo durante seis meses, que incluía Panamá y donde nos dedicó dos capítulos completos sobre su corta estadía en este país.
Quien piense que la vida de un escritor es monótona y resumida a leer, investigar y estudiar, quedará decepcionado al conocer la biografía de nuestro personaje.
Vicente Blasco Ibáñez nació Valencia, España un 29 de enero de 1867. Estudio en la universidad de su pueblo natal, donde en 1888 obtuvo el título de abogado. Funda el semanario La Bandera Federal. Sin embargo, al año siguiente como resultado de su participación en actos políticos tuvo que salir al exilio a Francia. De regreso a Valencia contrae matrimonio con doña María Blasco del Cacho con quien tendría cuatro hijos Mario, Libertad, Julio Cesar y Sigfrido.
En 1894 participa en actividades políticas que desembocan en disturbios lo que provoca que sea encarcelado. Ese mismo año publica el diario El Pueblo, trampolín que le permitirá escribir tanto sus pensamientos políticos, como sus obras literarias. En 1896 es elegido Presiente del Consejo Federal de Valencia y ello lo impulsa a activarse más en materia política. Ese mismo año realiza manifestaciones contra la Guerra que está llevando a cabo España en Cuba y como consecuencia de lo anterior debe huir a Italia. Es enjuiciado y sentenciado a dos años de prisión, sentencia que al año siguiente sería reducida permitiéndosele regresar a España.
Al poco tiempo es elegido Diputado por el Partido Republicano. Funda su propio partido político denominado Unión Republicana Autonomista (PURA), creando una forma ideológica que reflejaría la realidad política y social de Valencia. Sus actividades políticas le permitirán ocupar tres veces más la diputación. Al postularse por quinta vez, durante una actividad proselitista, sus seguidores son atacados a tiros lo que conduce a Blasco Ibáñez a dejar de forma definitiva sus actividades políticas.
Su creación literaria es desde principios de su vida bastísima y su análisis sería motivo de otro artículo, ello sin contar que para 1917 decide explorar la producción de películas de cine entre las que presenta Sangre y Arena y Los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis, ambas obras de su autoría. En 1923 toma la decisión de emprender un viaje alrededor del mundo que culmino con el libro, motivo de este artículo.
La narración de su viaje se inicia en el otoño de 1923 en el jardín de su residencia en Mentón, con un dialogo profundo entre el autor y su conciencia, lo que él denomina sus dos “yo”. El primero de los “yo” lo impulsa a iniciar este viaje aventurero, mientras que el segundo lo cuestiona con preguntas tan simples como “¿Por qué te vas? ¿Qué puedes conseguir realizando tu infantil deseo de hacer un viaje alrededor del mundo?” Este interrogatorio es contestado por ese mismo “yo” invitándolo a conocer el mundo a través de su gran biblioteca personal con más de veinte mil volúmenes.
Él manifiesta que intenta contestarle a su propio fantasma, pero éste lo increpa con un tono más severo, tratándolo de hacerle ver los peligros que sufrirá si seguía con su plan, como las enfermedades, los cambios de clima y sobre todo la falta de juventud con la que ya no cuenta.
Ante estos argumentos el otro “yo” contesta que aunque ya no es tan joven como solía serlo, si tarda en partir llegara la vejez y con ella los achaques, además “su gran ilusión de joven fue ver al mundo y su redondez”.
Así continua el dialogo con más preguntas del “yo” negativo sobre lo corto de su viaje y lo imposible que resultaría poder estudiar las culturas sociales, económicas y políticas de los países visitados, a lo que reposta que él sólo piensa viajar como novelista y no como estudioso de esos temas. Al final el dialogo termina con el silencio de la voz inquisidora y como dice el autor “empiece el viaje”.
Esta gran aventura se desarrollará en el buque Franconia, propiedad de la Compañía Cunard, bote de veinte mil toneladas que será su hogar por los siguientes seis meses. No es interés de nosotros describir todos los sitios visitados por Blasco Ibáñez, ya que como dice el título de este escrito, nos cosentráremos en Panamá.
Después de dejar Cuba, y luego de tres días de navegación, la nave que lo trasportaba llega a las riberas del recién inaugurado Canal de Panamá. Impresiona al ensayista el diseño y fuerza de la obra que corta en dos a todo un continente. Compara el mismo con el Canal de Suez, él cual lo considera más monótono. Encuentra en nuestro canal una mecánica más digna de verse, sin mencionar lo atractivo de los bosques que lo rodean en comparación de los polvorientos arenales de Egipto.
Su descripción impresiona por lo detallada de la misma. Nos habla de Colón como puerto de entrada en el Atlántico y su importancia en los tiempos en que no existía Canal. Digno de comentar es que desarrolla de forma, que sólo un profesor de historia panameña podría hacerlo, una explicación histórica sobre el valor del Istmo para el transito de personas y mercancías, llegando a particularizar hasta la importancia que jugó el ferrocarril de Panamá para el transporte entre los océanos. De las hojas de esta obra se puede colegir que su autor pidió una explicación detallada del funcionamiento técnico y medidas del Canal, pues así ha quedado impreso en el libro.
Luego de tan fascinante descripción nos narra sus consideraciones en torno a la presencia americana en suelo del Canal. Debo admitir que esta parte el escritor no es tan preciso como en los casos anterior, pues aunque parece estar claro en que la presencia del ejercito del norte es para la defensa del Canal, también menciona que desde su independencia, Panamá no ha sufrido intromisiones ni arrogancias de las autoridades canaleras, más aun dice que no salen nunca de la zona que pertenece a los Estados Unidos. Parece que Blasco Ibáñez no fue informado debidamente de las intervenciones, por no decir invasiones del ejército americano en nuestro suelo durante la corta vida que para entonces tenia nuestra República.
Blasco Ibáñez refiere de forma detallada las pericias que significó la construcción de este Canal, explicando las obras y desdichas de Lesseps, cómo los norteamericanos llegaron a Panamá y las estrategias previa a la construcción utilizadas por estos para contener las enfermedades imperantes en esos tiempos, causa principal del fracaso francés.
El autor de la obra en comento, le resulta curioso que los norteamericanos hubiesen concebido una obra que ya para esa época empezaba a considerarse con dimensiones muy cortas para el futuro de la navegabilidad.
Para muchos de los que hayan leído la obra de Vicente Blasco Ibáñez les será grato recordar con especial hincapié lo impresionado que quedo éste con las tonalidades de los colores verdes de los bosques panameños. En sus propias palabras “nunca creí que un mismo color pudiera descomponerse en tantas gradaciones”. De allí surgiría su frase eterna “¡Oh, Panamá la Verde!”.
Después de su travesía por el Canal, Blasco Ibáñez finalmente llegó a la ciudad de Panamá, no sin antes narrarnos en su obra una sucinta, pero excelente descripción del descubrimiento e historia de Panamá. A su llegada es esperado por una gran comitiva del gobierno nacional y de españoles residentes en este país.
Inmediatamente es llevado a la Presidencia de la República donde es esperado por el primer mandatario. Durante su recorrido hacia la ciudad llama su atención la limpieza y buenas condiciones de sus calles. Su descripción de las casas de la ciudad esclarece nuestra imaginación sobre el estilo colonial de aquellas y sus amplios balcones que servían de lugares de descanso para sus habitantes.
Ya en El Palacio de las Garzas lo recibe el doctor Belisario Porras a quien el autor lo define como un escritor. El doctor Porras lo lleva a la terraza del palacio y desde ese punto le describe los avances que ha tenido la joven República. Para Blasco Ibáñez los avances en materia de educación que presenta este país, son en su concepto, sólo comparables con los de Estados Unidos. Siente que sus reconocimientos a su pasado histórico esta reflejado en todas partes, al admirar el monumento a Vasco Núñez de Balboa y la Plaza de España.
Su viaje, después de un breve vistazo de la ciudad, culmina con una cena en el Club Unión donde poetas nacionales declaman versos de amor. Casi a media noche con la oscuridad del Océano Pacifico al fondo, retornar a la nave que lo transportaría al resto de su viaje.
Esta obra es digna de leerse en toda su extensión sobre todo por lo detallista que resulta el su autor en cada país que visita, describiendo no sólo lo que observa a su paso, sino también la historia de cada sitio que brillo con su presencia.
Vicente Blasco Ibáñez fallece el 28 de enero de 1928, dejando un caudal intelectual que perdura hasta nuestros días.