Las noticias de principio del año no variaron en mucho al año anterior. Sin embargo, hubo una que llamó profundamente mi atención. Se trata del gran anuncio de la instalación en Panamá de una estatua del famoso escultor surcoreano Yoo Young-ho consistente en un hombre de seis metros de alto en actitud reverente para simbolizar la esperanza entre los países. Se supone que este hombre de color celeste –que más bien me recuerda a Ultramán– me debe alegrar, ya que se trata de una deferencia para nuestro país, gesto que hasta ahora Corea solo había tenido con Uruguay. Tristemente, como panameño debo expresar que dicho obsequio me produjo mucha preocupación por nuestra nacionalidad, la cual se pierde cada día un poco más.
Colocar la estatua de una nación con la que no nos une el más mínimo acontecimiento histórico en pleno Corredor Sur, en posición de saludo, puede dar a entender a todos nuestros visitantes que nuestra tradición tiene orígenes o similitudes con la coreana, lo cual no es otra cosa que olvidar e ignorar nuestras raíces. Pero qué podemos esperar si nadie se preocupa por realzar a nuestros héroes. Los últimos grandes monumentos como lo son la Plaza de Francia, la Plaza de Simón Bolívar y el Parque Porras fueron erigidos por prohombres que siempre supieron la importancia de aquellos que nos antecedieron y sacrificaron algo de su vida por este país, entre los que en muchos casos se encontraban extranjeros.
Será suficiente con visitar la Plaza de la Catedral para llevarse la desilusión de encontrar los bustos de nuestros próceres –pues pareciera que no nos alcanzó el dinero para estatuas– colocados de manera desordenada, que no hay nadie que pueda hilar la historia patria de aquel lugar. En la Plaza de Francia, construida en honor a los caídos del Canal Francés, encontramos el Paseo de Esteban Huertas, pero de Huertas no queda ni rastro, solo una pequeña placa dedicada a un valeroso soldado que disparó el día de nuestra independencia contra un buque de guerra colombiano.
Y qué decir del pobre Vasco Núñez de Balboa, gran descubridor del mar del Sur e iniciador sin quererlo de la globalización del mundo. Su hermoso parque que daba a orillas del mar fue reemplazado por muchos carriles de automóviles que impiden, por la velocidad, detenerse un momento a observar su imponente saludo al océano Pacífico. Del parque a Anayansi, indígena valerosa y mujer de Núñez de Balboa ni hablaré, ya que la mayoría de las personas jóvenes no sabrán a qué me refiero.
Luego tenemos el Parque a las Madres techado desde hace años por un paso elevado, pero que ya mucho antes de ese triste acontecimiento daba señales de que quien lo diseñó era huérfano, pues en él no se reflejaba todo el amor y el sacrificio de una madre.
De nuestros personajes más cercanos ni hablar. El gran monumento a Arnulfo Arias Madrid está en perfecto abandono y su majestuosa fuente fue desconectada hace mucho tiempo. Y por cierto, la tumba de Omar Torrijos ni recuerdo dónde quedó. El escueto busto de Ricardo J. Alfaro yace entre muchos arbustos, por eso los panameños ni saben dónde está esa avenida que conocen como Tumba Muerto.
Buscando las huellas de los pasos de Amelia Denis de Icaza que ni el mismo Cerro Ancón guardó, me encuentro con su busto en el parque de Santa Ana mudo y entristecido por su desolación.
A nivel de mártires, qué se puede decir. Los caídos de la batalla sobre el puente de Calidonia nunca tuvieron el honor de ser inmortalizados por un escultor, pero las personas de ahora dirían que qué importa si el puente de Calidonia no existe desde hace siglos. Mejor lo pasamos por alto. El monumento a los caídos del 20 de diciembre de 1989 se les construyó con cuatro bloques que sobraban de una construcción cercana y se pasó la página. El lema es “mejor ni hablemos del tema”, pero todavía este hecho arranca lágrimas a quienes sin ser parte de la dictadura militar perdieron seres queridos. Si nos sirve de consuelo, a los mártires del 9 de enero de 1964 se les ha dado realce.
Ante este escenario qué podemos esperar si nuestros gobiernos anteponen lo político a la educación, de cuya disciplina salen los artistas talentosos que no encuentran eco en ningún lado, pues no hay recursos para ellos. Hacerse un nombre en las artes es una misión muy difícil en Panamá. Lo peor de esto es que las artes han sido desplazadas por la vulgaridad, el reguetón, los bares y cantinas y aquellas cosas que no realzan al ser humano. Para ejemplo solo debemos recordar el descuartizamiento de las estatuas “Juegos de Antaño” para cambiarlas por unas cuantas monedas quitándonos el placer de ver estas obras a miles de personas.
El regalo de Corea del Sur es el vivo ejemplo del apoyo que le da aquel gobierno a sus artistas al grado tal que los promueven a nivel internacional. Utilicemos este acontecimiento como motivo de reflexión en la búsqueda y realce de nuestra identidad, la cual se está perdiendo.
Las noticias de principio del año no variaron en mucho al año anterior. Sin embargo, hubo una que llamó profundamente mi atención. Se trata del gran anuncio de la instalación en Panamá de una estatua del famoso escultor surcoreano Yoo Young-ho consistente en un hombre de seis metros de alto en actitud reverente para simbolizar la esperanza entre los países. Se supone que este hombre de color celeste –que más bien me recuerda a Ultramán– me debe alegrar, ya que se trata de una deferencia para nuestro país, gesto que hasta ahora Corea solo había tenido con Uruguay. Tristemente, como panameño debo expresar que dicho obsequio me produjo mucha preocupación por nuestra nacionalidad, la cual se pierde cada día un poco más.
Colocar la estatua de una nación con la que no nos une el más mínimo acontecimiento histórico en pleno Corredor Sur, en posición de saludo, puede dar a entender a todos nuestros visitantes que nuestra tradición tiene orígenes o similitudes con la coreana, lo cual no es otra cosa que olvidar e ignorar nuestras raíces. Pero qué podemos esperar si nadie se preocupa por realzar a nuestros héroes. Los últimos grandes monumentos como lo son la Plaza de Francia, la Plaza de Simón Bolívar y el Parque Porras fueron erigidos por prohombres que siempre supieron la importancia de aquellos que nos antecedieron y sacrificaron algo de su vida por este país, entre los que en muchos casos se encontraban extranjeros.
Será suficiente con visitar la Plaza de la Catedral para llevarse la desilusión de encontrar los bustos de nuestros próceres –pues pareciera que no nos alcanzó el dinero para estatuas– colocados de manera desordenada, que no hay nadie que pueda hilar la historia patria de aquel lugar. En la Plaza de Francia, construida en honor a los caídos del Canal Francés, encontramos el Paseo de Esteban Huertas, pero de Huertas no queda ni rastro, solo una pequeña placa dedicada a un valeroso soldado que disparó el día de nuestra independencia contra un buque de guerra colombiano.
Y qué decir del pobre Vasco Núñez de Balboa, gran descubridor del mar del Sur e iniciador sin quererlo de la globalización del mundo. Su hermoso parque que daba a orillas del mar fue reemplazado por muchos carriles de automóviles que impiden, por la velocidad, detenerse un momento a observar su imponente saludo al océano Pacífico. Del parque a Anayansi, indígena valerosa y mujer de Núñez de Balboa ni hablaré, ya que la mayoría de las personas jóvenes no sabrán a qué me refiero.
Luego tenemos el Parque a las Madres techado desde hace años por un paso elevado, pero que ya mucho antes de ese triste acontecimiento daba señales de que quien lo diseñó era huérfano, pues en él no se reflejaba todo el amor y el sacrificio de una madre.
De nuestros personajes más cercanos ni hablar. El gran monumento a Arnulfo Arias Madrid está en perfecto abandono y su majestuosa fuente fue desconectada hace mucho tiempo. Y por cierto, la tumba de Omar Torrijos ni recuerdo dónde quedó. El escueto busto de Ricardo J. Alfaro yace entre muchos arbustos, por eso los panameños ni saben dónde está esa avenida que conocen como Tumba Muerto.
Buscando las huellas de los pasos de Amelia Denis de Icaza que ni el mismo Cerro Ancón guardó, me encuentro con su busto en el parque de Santa Ana mudo y entristecido por su desolación.
A nivel de mártires, qué se puede decir. Los caídos de la batalla sobre el puente de Calidonia nunca tuvieron el honor de ser inmortalizados por un escultor, pero las personas de ahora dirían que qué importa si el puente de Calidonia no existe desde hace siglos. Mejor lo pasamos por alto. El monumento a los caídos del 20 de diciembre de 1989 se les construyó con cuatro bloques que sobraban de una construcción cercana y se pasó la página. El lema es “mejor ni hablemos del tema”, pero todavía este hecho arranca lágrimas a quienes sin ser parte de la dictadura militar perdieron seres queridos. Si nos sirve de consuelo, a los mártires del 9 de enero de 1964 se les ha dado realce.
Ante este escenario qué podemos esperar si nuestros gobiernos anteponen lo político a la educación, de cuya disciplina salen los artistas talentosos que no encuentran eco en ningún lado, pues no hay recursos para ellos. Hacerse un nombre en las artes es una misión muy difícil en Panamá. Lo peor de esto es que las artes han sido desplazadas por la vulgaridad, el reguetón, los bares y cantinas y aquellas cosas que no realzan al ser humano. Para ejemplo solo debemos recordar el descuartizamiento de las estatuas “Juegos de Antaño” para cambiarlas por unas cuantas monedas quitándonos el placer de ver estas obras a miles de personas.
El regalo de Corea del Sur es el vivo ejemplo del apoyo que le da aquel gobierno a sus artistas al grado tal que los promueven a nivel internacional. Utilicemos este acontecimiento como motivo de reflexión en la búsqueda y realce de nuestra identidad, la cual se está perdiendo.