LA POBREZA NO SABE DE FINANZAS

Enero 23, 2018

LA POBREZA NO SABE DE FINANZAS

Enero 23, 2018

Son las tres y treinta de la madrugada, todos en la casa se levantan corriendo para empezar a arreglarse para iniciar la faena diaria; después de todo, si no se despiertan a esa hora será imposible que lleguen al trabajo a su hora de entrada. Al correr todos los miembros de la familia a acicalarse se percatan de que no tienen agua. Toman un par de cubos con agua previamente llenos −al fin y al cabo la falta de agua es un tema rutinario− y se lavan como pueden.

Los niños todavía casi dormidos desayunan frituras de todo tipo, ayudando a subir su masa muscular de sobremanera.

A las cuatro y quince de la mañana llega a la residencia de esta familia ubicada en un barrio de clase media baja o por lo menos eso es lo que ellos dicen, la señora que se encargará de cuidar al bebé de tan solo meses, mientras los padres se ausentan todo el día.

Cuatro y treinta, hora de partir. De hecho, ya van tarde. El tranque para salir de la barriada ya es descomunal. Los niños que van a la escuela y a quienes dejarán camino al trabajo van dormidos en el asiento de atrás del carro. Depositan a los niños en el colegio y continúan su viaje, solo para encontrarse que en el camino hay una colisión que obstruye el paso de un carril, lo que tiene el tráfico casi inamovible.

Finalmente, llegan a su trabajo con veinte minutos de atraso. No lo han podido evitar. Empieza una faena desmotivadora, no por el trabajo, sino porque ya llevan más de cuatro horas de ardua labor, por cierto, improductiva.

Los asuntos que deben atender son múltiples, pero no se pueden sacar de la cabeza que faltan muchos días para la quincena y los compromisos económicos pendientes entre tarjetas de crédito, matrícula escolar, algo de gasolina para el carro y un poco de supermercado suman una cantidad exorbitante que con los salarios de ambos esposos no pueden afrontar. Ella toma la dura decisión de empeñar el collar de oro que sus padres le regalaron hace ya algunos años, con la esperanza de que antes que culmine el periodo establecido por las casas de empeño lo pueda recuperar, cosa que jamás sucederá. Él, por su parte, llama al hindú prestamista para que le dé algo de dinero a una tasa de interés exorbitante y que de seguro no terminará de pagar hasta dentro de cinco años. Con esos fondos pretenden llegar a la quincena.

Claro, ellos saben que aunque sus salarios les han sido aumentados por sus empleadores en los últimos años, el costo de la vida les rebasa con creces esos aumentos sin entender por qué.

Por fin dan las cinco de la tarde. Deben correr. Creen que si salen a las cinco y cinco el tráfico será mucho peor de lo que ya les espera. Lo que no saben es que ya da igual. De todas formas se deben apresurar, pues la señora que está cuidando al bebé en casa solo puede esperar hasta las ocho de la noche.

Ponen las noticias en el carro solamente para enterarse de que existen otras barriadas en iguales condiciones que la de ellos, sin agua, y que hace algunos meses les dejaron de recolectar la basura. Algunos les imploran al gobierno que les reparen las calles o que les den más seguridad, pero no hay respuestas a la sección de quejas del noticiero por parte del gobierno, solo peleas entre un partido y otro, sobre promesas de cuatro cuartos que están entregando y que según dice el mandatario de turno ayudará a toda una provincia, sobre las astronómicas cifras que se robó un exministro y que la mayoría de la población ni sabe cómo se escribe el número que se menciona en la noticia. Al final, llegan a su destino pasadas las siete y treinta más deprimidos de lo que salieron.

La esposa se dispone a preparar la comida que servirá de almuerzo mañana a su esposo, sus hijos y ella; mientras el esposo pone la televisión a todo volumen. Si, ese televisor que es último modelo y bien grande que pagaran con el décimo tercer mes de la pareja. Qué remedio, solo alcanza para comer televisión por horas para matar la monotonía de lo que les resta de día o, mejor dicho, de noche. ¿Estudiar con los hijos? No, si apenas les quedan energías, solo algunas fuerzas para rezar para que sus hijos sean gente de bien y pasen en el colegio con buenas calificaciones y, por supuesto, para que Dios les dé salud, ya que enfermarse puede ser una calamidad con el sistema de salud actual. Tomaran alguna cerveza o tal vez un poco de seco, que nadie entiende por qué son uno de los pocos productos a los que la inflación no les afecta. ¿Será porque quieren que el pueblo  ignore lo que pasa a su alrededor?

A las once de la noche, luego de haber lavado la ropa durante la única hora en que llegó el agua al barrio y tomado una pequeña ducha, si es que alcanzó para ello, se disponen a dormir unas horas para empezar de nuevo otra vez.

Deprimidos, pero esperanzados, sueñan con ganarse un billete en el sorteo de la lotería o que algún día llegue ese gobierno que siempre han soñado, el que les dé agua potable, les recoja la basura y les proporcione seguridad. No aquel que les hable de lo exitoso que fue el fisco con la recaudación de impuesto; los miles de millones que aportó el Canal a las arcas del Estado o de los millones que costará la carretera que nunca le terminarán al pueblo donde nadie vive.

Al fin y al cabo, la pobreza no sabe de finanzas.

Son las tres y treinta de la madrugada, todos en la casa se levantan corriendo para empezar a arreglarse para iniciar la faena diaria; después de todo, si no se despiertan a esa hora será imposible que lleguen al trabajo a su hora de entrada. Al correr todos los miembros de la familia a acicalarse se percatan de que no tienen agua. Toman un par de cubos con agua previamente llenos −al fin y al cabo la falta de agua es un tema rutinario− y se lavan como pueden.

Los niños todavía casi dormidos desayunan frituras de todo tipo, ayudando a subir su masa muscular de sobremanera.

A las cuatro y quince de la mañana llega a la residencia de esta familia ubicada en un barrio de clase media baja o por lo menos eso es lo que ellos dicen, la señora que se encargará de cuidar al bebé de tan solo meses, mientras los padres se ausentan todo el día.

Cuatro y treinta, hora de partir. De hecho, ya van tarde. El tranque para salir de la barriada ya es descomunal. Los niños que van a la escuela y a quienes dejarán camino al trabajo van dormidos en el asiento de atrás del carro. Depositan a los niños en el colegio y continúan su viaje, solo para encontrarse que en el camino hay una colisión que obstruye el paso de un carril, lo que tiene el tráfico casi inamovible.

Finalmente, llegan a su trabajo con veinte minutos de atraso. No lo han podido evitar. Empieza una faena desmotivadora, no por el trabajo, sino porque ya llevan más de cuatro horas de ardua labor, por cierto, improductiva.

Los asuntos que deben atender son múltiples, pero no se pueden sacar de la cabeza que faltan muchos días para la quincena y los compromisos económicos pendientes entre tarjetas de crédito, matrícula escolar, algo de gasolina para el carro y un poco de supermercado suman una cantidad exorbitante que con los salarios de ambos esposos no pueden afrontar. Ella toma la dura decisión de empeñar el collar de oro que sus padres le regalaron hace ya algunos años, con la esperanza de que antes que culmine el periodo establecido por las casas de empeño lo pueda recuperar, cosa que jamás sucederá. Él, por su parte, llama al hindú prestamista para que le dé algo de dinero a una tasa de interés exorbitante y que de seguro no terminará de pagar hasta dentro de cinco años. Con esos fondos pretenden llegar a la quincena.

Claro, ellos saben que aunque sus salarios les han sido aumentados por sus empleadores en los últimos años, el costo de la vida les rebasa con creces esos aumentos sin entender por qué.

Por fin dan las cinco de la tarde. Deben correr. Creen que si salen a las cinco y cinco el tráfico será mucho peor de lo que ya les espera. Lo que no saben es que ya da igual. De todas formas se deben apresurar, pues la señora que está cuidando al bebé en casa solo puede esperar hasta las ocho de la noche.

Ponen las noticias en el carro solamente para enterarse de que existen otras barriadas en iguales condiciones que la de ellos, sin agua, y que hace algunos meses les dejaron de recolectar la basura. Algunos les imploran al gobierno que les reparen las calles o que les den más seguridad, pero no hay respuestas a la sección de quejas del noticiero por parte del gobierno, solo peleas entre un partido y otro, sobre promesas de cuatro cuartos que están entregando y que según dice el mandatario de turno ayudará a toda una provincia, sobre las astronómicas cifras que se robó un exministro y que la mayoría de la población ni sabe cómo se escribe el número que se menciona en la noticia. Al final, llegan a su destino pasadas las siete y treinta más deprimidos de lo que salieron.

La esposa se dispone a preparar la comida que servirá de almuerzo mañana a su esposo, sus hijos y ella; mientras el esposo pone la televisión a todo volumen. Si, ese televisor que es último modelo y bien grande que pagaran con el décimo tercer mes de la pareja. Qué remedio, solo alcanza para comer televisión por horas para matar la monotonía de lo que les resta de día o, mejor dicho, de noche. ¿Estudiar con los hijos? No, si apenas les quedan energías, solo algunas fuerzas para rezar para que sus hijos sean gente de bien y pasen en el colegio con buenas calificaciones y, por supuesto, para que Dios les dé salud, ya que enfermarse puede ser una calamidad con el sistema de salud actual. Tomaran alguna cerveza o tal vez un poco de seco, que nadie entiende por qué son uno de los pocos productos a los que la inflación no les afecta. ¿Será porque quieren que el pueblo  ignore lo que pasa a su alrededor?

A las once de la noche, luego de haber lavado la ropa durante la única hora en que llegó el agua al barrio y tomado una pequeña ducha, si es que alcanzó para ello, se disponen a dormir unas horas para empezar de nuevo otra vez.

Deprimidos, pero esperanzados, sueñan con ganarse un billete en el sorteo de la lotería o que algún día llegue ese gobierno que siempre han soñado, el que les dé agua potable, les recoja la basura y les proporcione seguridad. No aquel que les hable de lo exitoso que fue el fisco con la recaudación de impuesto; los miles de millones que aportó el Canal a las arcas del Estado o de los millones que costará la carretera que nunca le terminarán al pueblo donde nadie vive.

Al fin y al cabo, la pobreza no sabe de finanzas.

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