LA SALUD NO RECONOCE A LOS POBRES

Mayo 23, 2019

HEALTH DOES NOT RECOGNIZE THE POOR

May 23, 2019

El reloj marca las 3:00 a.m. y la señora María despierta a su hija para pedirle que la transporte de su casa a la parada de buses más cercana a la barriada. Ya no soporta más los dolores en los huesos de las piernas. Lleva días sufriendo en silencio y tomando remedios caseros. A sus 56 años, recuerda con nostalgia aquella época en la que vivía en el interior del país y corría por sus hermosos campos sin limitaciones de ningún tipo. Pero, ahora, todo le ha cambiado y no puede más. Necesita llegar a un médico especialista en la Caja de Seguro Social y sabe que si no sale hacia allá en los próximos minutos no podrá conseguir que la atiendan en algún momento este año.
Su hija accede y la lleva afuera de la barriada, a la calle principal. Para suerte de la señora María ha conseguido un bus a esas horas. Sin tráfico llega casi de manera expedita, pero se sorprende de que muchos otros le han ganado la partida. Casi arrepentida de no haber dormido para llegar a las 4:00 a. m., se resigna y se pone en la larga fila que tan solo le permitirá obtener la fecha en la que podrá volver para pedir una cita con un especialista.
La cola llega a la parte exterior del edificio y aunque tendrá que esperar hasta las 7:00 a. m. para que la entiendan, le queda de consuelo que compartirá e intercambiará con sus compañeros una lista de experiencias y dolencias que, sin duda, todos los que allí están poseen.
A la hora designada la fila se empieza a mover y la señora María se dice: ─“¡Vaya, parece que será rápido!” y, en efecto, así resulta. Al llegar su turno, la señora que atiende le pide sus datos y le da una fecha para que pueda venir nuevamente para que le asignen una fecha para su consulta.
Con asombro y casi incrédula María ve que le han programado la fecha para dentro de tres meses. ─“¡Dios mío!”, ─exclama─ “no sé si podré soportar tres meses más con estos dolores para que me den una cita con un médico especialista”─. Con la mayor de las dificultades ─debido a sus dolencias─ y resignada, se retira en un bus que tan solo la llevará hasta la entrada de la barriada y de allí seguirá a pie hasta su casa, pues su hija a esas horas ya se ha ido a trabajar.
Trascurridos tres meses y en compañía de los mismos dolores y que, por cierto, van en aumento, una madrugada hace la misma maniobra para ponerse en otra fila donde le asignarán la cita con el médico especialista. Esta fila le resulta más larga o tal vez ella se la imagina así dado que sus dolores, que ahora se han convertido en compañeros permanentes, le recuerdan que no debe estar mucho tiempo de pie. María, ya en la fila, comenta con sus compañeros que a nadie le importa con ellos. ─ “Aquí nos tienen bajo el sol, sin poder sentarnos, esperando por horas y nadie hace nada, de verdad que los panameños somos pacíficos”─, sentencia.
En eso se siente un golpe seco en el piso. Una señora se ha caído desmayada. Todos los que pueden y se encuentran en la fila tratan de auxiliarla y gritan por ayuda. Finalmente, han salido de la policlínica dos enfermeros que se la han llevado. Al verla pasar a su lado María piensa que qué suerte tiene esta señora, pues ahora la atenderán de una vez, ya que entrará por urgencias. Lo que María no sabe es que tan solo unos minutos más tarde esa señora será alcanzada por la muerte, puesto que al entrar en urgencia se han demorado en atenderla y su corazón ha dejado de latir. Sí, ella estaba en la fila en busca de una cita con un cardiólogo.
Llega el turno de María, quien le explica su problema a la chica que la atiende. Muy amablemente le asignan a un especialista ortopeda que la recibirá en tres meses. ─“¿Qué?”─, dice la señora María. ─“No soporto más, ayúdeme a que me atiendan antes, por favor”─, casi que le exige a la trabajadora del hospital. Pero su respuesta es categórica: ─“Señora, no puedo hacer nada”─.
La señora María y muchos otros salen desconsolados a sus trabajos. Sí, la señora María trabaja limpiándole la casa a un señor y no se puede dar el lujo de faltar, pues le descontarán el día.
Por fin, su día y hora han llegado. Ella, que fue educada en otra época con mucho rigor, llega puntual a su cita, solamente para percatarse de que el doctor no ha sido tan puntual como ella. Mientras espera se desata una acalorada discusión entre otros pacientes y la secretaria de turno, ya que se acaban de enterar de que el médico que los atendería no asistirá a laborar hoy y que todas sus citas serán reprogramadas en futuras y lejanas fechas.
A diferencia de ellos y por suerte, María es recibida por el doctor al que le refirieron. Casi apurado y sin escuchar mucha cosa, el facultativo le ha recetado unas pastillas que deberá tomar tres veces al día y las cuales le podrán entregar en la farmacia del hospital.
Armada con su receta, María acude a la farmacia ansiosa por recibir las pastillas milagrosas y poder darle un corte a sus dolores.
Luego de esperar una hora, la llaman por el altavoz y como un resorte corre a buscar su remedio, pero desde la parte interna le dicen que esa pastilla está agotada. María suplica por que le den alguna alternativa, pero la farmaceuta le exclama: ─“Eso no está en mis manos”─. Algunos pacientes que escuchan sus súplicas le comentan a dónde ellos creen que tienen ese medicamento. Claro, es solo una leyenda urbana.
Abandona el sitio con lágrimas en los ojos. Parece que su eterno compañero no la abandonará tan fácilmente.
Al llegar a su trabajo, su empleador se percata de su depresión y le pregunta qué le sucede y ella le narra todas sus vivencias de los últimos seis meses. Apiadado, toma la receta y decide ayudarla comprándole la medicina en una farmacia privada. Por suerte, esas farmacias sí la tienen. Al llegar a la caja el jefe de María, horrorizado por el precio del medicamento, saca su tarjeta de crédito y exclama: ─“¡La salud no reconoce a los pobres!”─.

It is 3:00 o’clock a. m.  and Mrs. Maria wakes up her daughter and ask her to take her from home to the bus station closest to the neighborhood.  She cannot stand the pain in her leg’s bones anymore.  She has been suffering in silence for days and taking home remedies.  At 56, she remembers with nostalgia that time in which she lived in the interior of the country and ran through its beautiful fields without limitations of any kind.  But, now, everything has changed and she cannot do it anymore. She needs to get to a doctor specialist in the Social Security Fund and she knows that if she does not go there in the next few minutes, she will not be able to get it to be assisted at any time this year.

Her daughter agrees and takes her out of the neighborhood, to the main street.  Fortunately, Mrs. Maria took a bus at that time.  With no daily traffic, she reaches almost expeditiously, but she is surprised that many others are already in line.  Almost regretful for not having slept to arrive at 4:00 a. m., she resigned and placed herself in the long line that only would let her to get the date she may return to make an appointment with a specialist.

The line of people reaches outside the building and although she have to wait until 7:00 a. m. to let them understand her, she has a consolation that she will share and exchange with her companions a list of experiences and ailments that, undoubtedly, all those who are there have.

At the designated time, the line starts moving and Mrs. Maria tells herself: ─ «Oh, it looks like it will be fast!» And, in fact, that’s how it went. When her turn arrives, the woman who was assisting asks her information and gives her a date so that she can return again to be assigned a date for her consultation.

With surprise and almost incredulous, Maria sees that the date has been scheduled for three months. ─ «Oh My God!» ─ She exclaims ─ «I do not know if I can stand three more months with these pains to get an appointment with a medical specialist» ─. With the greatest difficulty ─ due to her ailments ─ and she resigned and retired in a bus that would only take her to the entrance of the neighborhood and from there she should continue walking to her house, because her daughter at that time has gone to work.

After three months and with the same pains accompanying her and which, in deed, have increased, one morning she makes the same maneuver to make another line where she should be assigned to the appointment with the specialist doctor. This line is longer or maybe she imagines due to her pains, which now they have become permanent companions, remind her that she should not be too long standing.  Maria already in line said to her companions that no one cares about them. ─ «Here they keep us under the sun, without being able to sit down, waiting for hours and nobody does anything, really, Panamanians are peaceful» ─, she states.

Then she feels a sharp thump on the floor. A lady has fallen faint.  All those who can and are in the line try to help her and shout for help.  Finally, two nurses got out of the polyclinic and took her in. By watching her passing by, Mary thinks that this lady was lucky because now she will be assisted right away, because she will be treated in the emergency room. What Maria does not know is that only a few minutes later the lady will be reached by death, since upon entering in the emergency room, they were slow to take care of her and her heart stopped beating.  Yes, she was in line looking for an appointment with a cardiologist.

Now Maria’s turn, who explains her problem to the girl who assists her.  Kindly she assigned her to an orthopedic specialist who will receive her within three months. ─ «What?» ─ , says Mrs. Maria. ─ «I cannot stand it anymore, help me to be treated before, please» ─, she almost demands it to the hospital worker.  But her answer was categorical: ─ «MADAM, I cannot do anything» ─.

Mrs. Maria and many others leave disconsolate to their jobs.  Yes, Mrs. Maria works cleaning the house to a man and she cannot afford to miss the day, because she will not be paid on this day.

Finally, her day and time have arrived.  She, who was raised in another era very rigorously, arrives on time to her appointment, only to realize that the doctor has not been as punctual as her.  While waiting, a heated argument breaks out among other patients and the Secretary on shift, as they have just learned that the doctor who would assist them will not attend to work today and that all appointments shall be rescheduled on distant future dates.

Unlike them and luckily, Mary is received by the doctor to whom she was referred. Almost hurried and without hearing much, the doctor has prescribed her some pills that must be taken three times a day and which can be delivered to the hospital pharmacy.

Armed with her prescription, Mari goes anxious to the pharmacy to receive the miraculous pill to stop the pain.

After waiting an hour, they call her through the speaker and as fast as she could she runs to get her remedy, but from the inside office they tell her that this pill is ran out. Mari pleads to receive an alternative, but the pharmacist exclaims: ─ «It is out of my control» ─. Some patients who hear her request tell her where they think she can find that medication. Sure, it’s just an urban legend.

She leaves the place with tears in her eyes. It seems that her eternal companion will not abandon her so easily.

When she arrives at her job, her employer notices her depression and asks what happens to her and she tells him all her experiences of the last six months. He takes the prescription with mercy and decides to help her by buying the medicine from a private pharmacy.  With luck those pharmacies do.  Arriving at the cashier Maria’s chief, horrified by the price of the drug, pull out his credit card and exclaims: ─ «Health does not recognize the poor! » ─ .

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