LA TELEVISIÓN COMO AGENTE DE CAMBIO

Noviembre 14, 2017

LA TELEVISIÓN COMO AGENTE DE CAMBIO

Noviembre 14, 2017

Cuando se inventó la televisión, sus creadores tuvieron claro que este sería un artefacto que les permitiría llevar mensajes a la mayor cantidad de personas posibles, en poco tiempo y a grandes distancias. Al principio estas “cajas” eran extremadamente costosas, por lo que fue necesario abaratarlas con el fin de poderlas masificar y así entrar en cada hogar o comercio. Ahora que estos artefactos han pasado a ser un “cuadro”, ya no basta con tener una sola en casa: se necesita una en cada habitación, cada restaurante, cada comercio, por lo cual nos hemos acostumbrado a que sea parte integral de nuestras vidas.

Cada país trata de llevar una programación acorde a las exigencias de su público, pero en el caso de las grandes naciones como Estados Unidos, su ambición busca desarrollar programas que sean consumibles a nivel mundial, con la finalidad de penetrar las culturas locales sobre la base del consumismo y la violencia. Ejemplos similares podemos encontrarlos en los países productores de telenovelas, especialistas en tener argumentos que lejos de ser ejemplos a seguir, exponen como ejemplos naturales lo que son excepciones (verbigracia riqueza fácil, poder y sexo descontrolado).

Nuestras televisoras locales además de hacerse eco de las programaciones extranjeras, han desarrollado una programación donde impera lo chabacano  y la vulgaridad, celebrando como exitoso un programa por el volumen de audiencia que tienen y no por la calidad de la programación que transmiten.

Los noticieros se han convertido en agentes transmisores de calamidades. Son reportadores de delitos por muy insignificantes que sean. La idea es convencernos de que todo el país está sumergido en la delincuencia. En Panamá, como en cualquier país del mundo de hoy, existen la delincuencia, los homicidios y las peleas callejeras. Los países del primer mundo también los tienen y saben que eso es una realidad, pero los tratan a los niveles policiales y judiciales, no noticiosos. Qué decir de los reportes de accidentes de tránsito: da vergüenza que nos creamos una gran nación con grandes rascacielos y estemos informando sobre colisiones. A nivel de noticias mundiales nada informan los noticieros locales sobre los acontecimientos que afectan de forma indirecta al país,  pues creen que vivimos en una burbuja impenetrable.

En materia política no promueven ni tratan de elevar el debate público, ni la creación de un juicio crítico y mucho menos el entendimiento real de los problemas. Transforman a los políticos ‒y ellos lo aceptan‒ en espectáculos públicos, con insultos y discusiones baladíes dejando al país en segundo lugar. Todo sea por mantener su ranking.

Elevan a niveles increíbles las emisiones deportivas. Ahora es indispensable llegar a un restaurante y tener televisiones en cada esquina con algún deporte, así sea con el volumen bajo. La idea es que nadie se hable durante la comida, coman rápido y puedan darle una vuelta a la mesa para otros comensales.

A nivel de programación local promueven el consumismo en momentos en que la sociedad nos ha convertido en consumidores compulsivos como mecanismo de satisfacción individual. Tomar la cerveza del momento nos convierte en conquistadores de las mejores mujeres; tener el mejor carro nos permitirá ir al infinito y comprarnos el último celular de seguro nos llenará de una felicidad nunca antes sentida. Nos encontramos con programas donde lo divertido es ver cómo un hombre se disfraza de mujer y viceversa, para interpretar a un cantante, pues es mejor verlo o verla haciendo entonaciones musicales del sexo contrario. A nivel de comedia, las presentaciones dedicadas a este género no descartan bajo ningún concepto usar las palabras más soeces sobre la premisa de que sus programas son para personas de “criterio formado”. En todas se ha hecho una costumbre que aparezca un gay que demuestre por todos los medios posibles que lo es. Se supone que por ser gay debe hacer el papel del más payaso, pues creen que con esto todos nos vamos a reír. Aquí los defensores de los gais no dicen nada, ni acusan a las televisoras de homofóbicas, cuando en realidad no se percatan de que los están denigrando al nivel más bajo.

Las televisoras han sucumbido ante una sociedad que no desea pensar. Se han convertido en reflejo de ella y no en agentes de cambio, desaprovechando el nivel de alcance que tienen. Esto no desaparecerá por sí solo; nos toca a todos a ayudar a cambiar el rumbo.

Cuando se inventó la televisión, sus creadores tuvieron claro que este sería un artefacto que les permitiría llevar mensajes a la mayor cantidad de personas posibles, en poco tiempo y a grandes distancias. Al principio estas “cajas” eran extremadamente costosas, por lo que fue necesario abaratarlas con el fin de poderlas masificar y así entrar en cada hogar o comercio. Ahora que estos artefactos han pasado a ser un “cuadro”, ya no basta con tener una sola en casa: se necesita una en cada habitación, cada restaurante, cada comercio, por lo cual nos hemos acostumbrado a que sea parte integral de nuestras vidas.

Cada país trata de llevar una programación acorde a las exigencias de su público, pero en el caso de las grandes naciones como Estados Unidos, su ambición busca desarrollar programas que sean consumibles a nivel mundial, con la finalidad de penetrar las culturas locales sobre la base del consumismo y la violencia. Ejemplos similares podemos encontrarlos en los países productores de telenovelas, especialistas en tener argumentos que lejos de ser ejemplos a seguir, exponen como ejemplos naturales lo que son excepciones (verbigracia riqueza fácil, poder y sexo descontrolado).

Nuestras televisoras locales además de hacerse eco de las programaciones extranjeras, han desarrollado una programación donde impera lo chabacano  y la vulgaridad, celebrando como exitoso un programa por el volumen de audiencia que tienen y no por la calidad de la programación que transmiten.

Los noticieros se han convertido en agentes transmisores de calamidades. Son reportadores de delitos por muy insignificantes que sean. La idea es convencernos de que todo el país está sumergido en la delincuencia. En Panamá, como en cualquier país del mundo de hoy, existen la delincuencia, los homicidios y las peleas callejeras. Los países del primer mundo también los tienen y saben que eso es una realidad, pero los tratan a los niveles policiales y judiciales, no noticiosos. Qué decir de los reportes de accidentes de tránsito: da vergüenza que nos creamos una gran nación con grandes rascacielos y estemos informando sobre colisiones. A nivel de noticias mundiales nada informan los noticieros locales sobre los acontecimientos que afectan de forma indirecta al país,  pues creen que vivimos en una burbuja impenetrable.

En materia política no promueven ni tratan de elevar el debate público, ni la creación de un juicio crítico y mucho menos el entendimiento real de los problemas. Transforman a los políticos ‒y ellos lo aceptan‒ en espectáculos públicos, con insultos y discusiones baladíes dejando al país en segundo lugar. Todo sea por mantener su ranking.

Elevan a niveles increíbles las emisiones deportivas. Ahora es indispensable llegar a un restaurante y tener televisiones en cada esquina con algún deporte, así sea con el volumen bajo. La idea es que nadie se hable durante la comida, coman rápido y puedan darle una vuelta a la mesa para otros comensales.

A nivel de programación local promueven el consumismo en momentos en que la sociedad nos ha convertido en consumidores compulsivos como mecanismo de satisfacción individual. Tomar la cerveza del momento nos convierte en conquistadores de las mejores mujeres; tener el mejor carro nos permitirá ir al infinito y comprarnos el último celular de seguro nos llenará de una felicidad nunca antes sentida. Nos encontramos con programas donde lo divertido es ver cómo un hombre se disfraza de mujer y viceversa, para interpretar a un cantante, pues es mejor verlo o verla haciendo entonaciones musicales del sexo contrario. A nivel de comedia, las presentaciones dedicadas a este género no descartan bajo ningún concepto usar las palabras más soeces sobre la premisa de que sus programas son para personas de “criterio formado”. En todas se ha hecho una costumbre que aparezca un gay que demuestre por todos los medios posibles que lo es. Se supone que por ser gay debe hacer el papel del más payaso, pues creen que con esto todos nos vamos a reír. Aquí los defensores de los gais no dicen nada, ni acusan a las televisoras de homofóbicas, cuando en realidad no se percatan de que los están denigrando al nivel más bajo.

Las televisoras han sucumbido ante una sociedad que no desea pensar. Se han convertido en reflejo de ella y no en agentes de cambio, desaprovechando el nivel de alcance que tienen. Esto no desaparecerá por sí solo; nos toca a todos a ayudar a cambiar el rumbo.

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