El afamado escritor de nacionalidad inglesa George Orwell ha venido adquiriendo un resurgimiento que ya quisieran tener muchos escritores del pasado. Sus obras son excepcionales, pero existe una en particular de la que todos hablan en estos tiempos: 1984. Como ya deben haber escuchado, esta novela se desarrolla en una ciudad futurista donde una computadora controlada por un ser supremo maneja las vidas de los ciudadanos.
A raíz de los famosos mal llamados “Panama Papers”, o papeles de Panamá, me pidieron que escribiera un artículo sobre las sociedades anónimas panameñas, pero debido a la gran cantidad de opiniones a favor y en contra quise darle un significado diferente al origen del problema, no al problema en sí.
Y es que todo surge por un hackeo a una computadora donde se deja al descubierto no a un acto ilegítimo del sistema panameño, el cual no es tal, sino a la vulnerabilidad de la información que cada uno de nosotros manejamos. Como en la novela de Orwell, hemos caído en el nombre de la modernidad, en el juego del Big Brother, donde se nos guía, manipula y controla.
Hay que echar tan solo un vistazo a nuestras actividades cibernéticas diarias para percatarse de que la computadora lo sabe todo y permite que otros sepan todo sobre nosotros. Por ejemplo, quien tenga Facebook sabe que una vez que hemos puesto nuestros datos, gustos, preferencias y amigos el mismo sistema nos sugiere a quién invitar como amigo, qué refresco nos conviene tomar o qué libro pudiera ser de nuestra preferencia. En YouTube ocurre algo similar, si pido un video sobre aviones, en mi próxima entrada tendré muchas sugerencias sobre el mismo tema. Y qué decir de Google, cuyo motor de búsqueda es capaz de identificar dónde estamos, nuestras necesidades, deseos o curiosidades, información que procesan a gran escala para saber cuáles son los temores y deseos de los ciudadanos de un país. La idea que nos venden es un engaño, no es complacernos, es controlarnos, “orientarnos” y adquirir nuestra información para así venderla a grandes proveedores que desearan ofrecernos sus productos.
Un caso interesante surgió el año pasado cuando el congresista estadounidense Mike Gatto denunció a la empresa Samsung porque sus televisores traían un dispositivo que permitía escuchar las conversaciones de los telespectadores. La reacción de la empresa fue expresar que dicho sistema solo podría ser −a partir de la fecha− activado por el propio telespectador. O sea, que hasta entonces lo hacían ellos.
En materia de seguridad la situación es peor. En nombre del terrorismo se están llenando las ciudades de cámaras que vigilan todos nuestros movimientos, pero que no evitan nada. Los atentados de Bélgica han dejado muy en claro que las cámaras solo sirven para identificar a quienes ya hubiesen cometido un delito, no a quienes lo vayan a cometer. La idea de estos dispositivos no es evitar nada como nos quieren hacer creer, sino controlar nuestra libertad, limitar nuestra privacidad y monitorear cualquier cosa que pudiera ser vendible a las grandes corporaciones mundiales. Nos atacan por los medios de comunicación con malas noticias con el fin de que aceptemos sacrificar nuestra privacidad a cambio de nuestra seguridad.
Los “Panama Papers” son nuestro ejemplo local; la información salió de los servidores de la firma de abogados que manejaba las estructuras corporativas. Ellos y solo ellos se creyeron que sus servidores contaban con toda la tecnología necesaria para que nadie los penetrara o que evitaba que un empleado descontento pudiera jalar la información. Nada más alejado de la realidad. Entraron por la puerta de atrás y con tecnología accedieron a información para desprestigiar nuestro país y llevarlo de manera meteórica a las primeras planas de todos los medios mundiales, haciendo ver que Panamá era un paraíso de delincuentes. Lo que no dicen esos medios de comunicación es que las estructuras societarias y las cuentas bancarias están en los grandes países que ahora cuestionan nuestro honor y que desean que cumplamos normas que ellos no cumplen.
A Panamá se le acusa de paraíso fiscal porque se dice erróneamente que debemos ser los policías tributarios del resto del planeta. En este país se paga impuesto y si alguien de otra nacionalidad no cumple con su fisco no nos corresponde a nosotros ser recolectores de impuestos.
¿Qué sigue? La respuesta fácil: el intercambio de información automático, que no es otra cosa que remitir información fiscal a los países signatarios de manera electrónica, donde se pueda conocer los movimientos de dinero o negocios de sus ciudadanos alrededor del mundo. Conclusión: más control cibernético, más control de la información.
El afamado escritor de nacionalidad inglesa George Orwell ha venido adquiriendo un resurgimiento que ya quisieran tener muchos escritores del pasado. Sus obras son excepcionales, pero existe una en particular de la que todos hablan en estos tiempos: 1984. Como ya deben haber escuchado, esta novela se desarrolla en una ciudad futurista donde una computadora controlada por un ser supremo maneja las vidas de los ciudadanos.
A raíz de los famosos mal llamados “Panama Papers”, o papeles de Panamá, me pidieron que escribiera un artículo sobre las sociedades anónimas panameñas, pero debido a la gran cantidad de opiniones a favor y en contra quise darle un significado diferente al origen del problema, no al problema en sí.
Y es que todo surge por un hackeo a una computadora donde se deja al descubierto no a un acto ilegítimo del sistema panameño, el cual no es tal, sino a la vulnerabilidad de la información que cada uno de nosotros manejamos. Como en la novela de Orwell, hemos caído en el nombre de la modernidad, en el juego del Big Brother, donde se nos guía, manipula y controla.
Hay que echar tan solo un vistazo a nuestras actividades cibernéticas diarias para percatarse de que la computadora lo sabe todo y permite que otros sepan todo sobre nosotros. Por ejemplo, quien tenga Facebook sabe que una vez que hemos puesto nuestros datos, gustos, preferencias y amigos el mismo sistema nos sugiere a quién invitar como amigo, qué refresco nos conviene tomar o qué libro pudiera ser de nuestra preferencia. En YouTube ocurre algo similar, si pido un video sobre aviones, en mi próxima entrada tendré muchas sugerencias sobre el mismo tema. Y qué decir de Google, cuyo motor de búsqueda es capaz de identificar dónde estamos, nuestras necesidades, deseos o curiosidades, información que procesan a gran escala para saber cuáles son los temores y deseos de los ciudadanos de un país. La idea que nos venden es un engaño, no es complacernos, es controlarnos, “orientarnos” y adquirir nuestra información para así venderla a grandes proveedores que desearan ofrecernos sus productos.
Un caso interesante surgió el año pasado cuando el congresista estadounidense Mike Gatto denunció a la empresa Samsung porque sus televisores traían un dispositivo que permitía escuchar las conversaciones de los telespectadores. La reacción de la empresa fue expresar que dicho sistema solo podría ser −a partir de la fecha− activado por el propio telespectador. O sea, que hasta entonces lo hacían ellos.
En materia de seguridad la situación es peor. En nombre del terrorismo se están llenando las ciudades de cámaras que vigilan todos nuestros movimientos, pero que no evitan nada. Los atentados de Bélgica han dejado muy en claro que las cámaras solo sirven para identificar a quienes ya hubiesen cometido un delito, no a quienes lo vayan a cometer. La idea de estos dispositivos no es evitar nada como nos quieren hacer creer, sino controlar nuestra libertad, limitar nuestra privacidad y monitorear cualquier cosa que pudiera ser vendible a las grandes corporaciones mundiales. Nos atacan por los medios de comunicación con malas noticias con el fin de que aceptemos sacrificar nuestra privacidad a cambio de nuestra seguridad.
Los “Panama Papers” son nuestro ejemplo local; la información salió de los servidores de la firma de abogados que manejaba las estructuras corporativas. Ellos y solo ellos se creyeron que sus servidores contaban con toda la tecnología necesaria para que nadie los penetrara o que evitaba que un empleado descontento pudiera jalar la información. Nada más alejado de la realidad. Entraron por la puerta de atrás y con tecnología accedieron a información para desprestigiar nuestro país y llevarlo de manera meteórica a las primeras planas de todos los medios mundiales, haciendo ver que Panamá era un paraíso de delincuentes. Lo que no dicen esos medios de comunicación es que las estructuras societarias y las cuentas bancarias están en los grandes países que ahora cuestionan nuestro honor y que desean que cumplamos normas que ellos no cumplen.
A Panamá se le acusa de paraíso fiscal porque se dice erróneamente que debemos ser los policías tributarios del resto del planeta. En este país se paga impuesto y si alguien de otra nacionalidad no cumple con su fisco no nos corresponde a nosotros ser recolectores de impuestos.
¿Qué sigue? La respuesta fácil: el intercambio de información automático, que no es otra cosa que remitir información fiscal a los países signatarios de manera electrónica, donde se pueda conocer los movimientos de dinero o negocios de sus ciudadanos alrededor del mundo. Conclusión: más control cibernético, más control de la información.