Después de los terribles acontecimientos que dieron con la destrucción de Panamá por el pirata Henry Morgan en 1671, las autoridades iniciaron la tarea de buscar una ubicación apropiada y estratégica para refundar la ciudad. Para aquel entonces, escogieron lo que hoy conocemos como el Casco Antiguo, el cual fue amurallado solamente como una medida de protección para posibles futuros ataques. Con el tiempo, esa muralla defensiva se convirtió en una división social donde la clase pudiente vivía dentro de los muros y el pueblo, en el denominado arrabal.
El tiempo ha pasado y aunque las diferencias sociales ya no se separan con muros de piedra, la desigualdad que dividirá a la sociedad mundial no será el dinero ni el nacimiento de abolengo, será el acceso que ese dinero pueda tener a los avances científicos y tecnológicos. Por ende, la riqueza del planeta que hoy en día reposa en un minúsculo grupo económico dirigirá todo su poderío a un sinnúmero de servicios que la inmensa mayoría de la población del planeta no tiene ni tendrá. Los carros de lujos y las casas pomposas no serán una prioridad para aquellos que cuenten con una fortuna. Se crearán dos clases sociales tal y como se proyecta en la película Eliseum o peor aún, no se requerirán los servicios de ciertos ciudadanos.
La situación es más compleja de lo que se imaginan. De hecho, si nos detenemos un momento a revisar las noticias que nos rodean, en Panamá nos percatamos de que la sociedad panameña se divide a pasos agigantados.
Existen muchas partes del país que, aunque están en el centro de las principales ciudades, no cuentan con agua las 24 horas del día. Y qué decir de la recolección de la basura que forman montañas en los barrios y que no entiendo cómo no propagan epidemias.
En materia de salud, los desventajados no tienen acceso a buena atención médica. Las medicinas son exageradamente caras y, por regla general, el Seguro Social no las tiene. Pedir una cita para tomarse una placa o ser atendido por un doctor puede tomar meses, como si las enfermedades o la muerte esperara.
Las calles de los barrios están destrozadas y en el mejor de los casos el tráfico para llegar a sus hogares es insoportable. Los agricultores ya no tienen a quién venderle sus productos, pues mejores productos del extranjero nos invaden a precios estratosféricos y no hay quien detenga esta situación.
En materia educativa, la brecha entre colegios públicos y particulares es abismal. Un estudiante de un colegio privado tiene muchas mejores oportunidades en la vida que aquellos que se gradúan de colegios oficiales.
Mientras tanto, la pasividad con la que vemos pasar estos problemas es lamentable. Nadie se detiene a realizar un cambio radical. Y los pocos que lo intentan son destrozados por los grandes intereses. Perdemos el tiempo hablando de la reforma constitucional, de los problemas con los órganos del Estado que solo dilapidan nuestros impuestos. Sí, el dinero que aportamos todos al fisco para pagarse beneficios personales y estar dentro de la clase social privilegiada. Aquella a la que no le falta el agua, a la que le recogen la basura, a la que paga los medicamentos. Aquella a la que con el tiempo formará una casta totalmente separada de la mayoría de la sociedad.
Si les sirve de consuelo, este problema es global. A manera de ejemplo, en la actualidad, Google invierte gran parte de sus ingresos a la investigación de nanotecnología que busca regenerar los órganos del cuerpo y, por ende, prolongar la vida del ser humano para que viva hasta 120 años. Por supuesto, cuando lleguen a la meta, la regeneración de órganos para curar enfermedades como el cáncer solo estará reservada a quien la pueda pagar.
Llegará el día en que los ciudadanos se dividirán en dos clases y que los gobiernos se elegirán para contener a las masas de los desventajados.
Después de los terribles acontecimientos que dieron con la destrucción de Panamá por el pirata Henry Morgan en 1671, las autoridades iniciaron la tarea de buscar una ubicación apropiada y estratégica para refundar la ciudad. Para aquel entonces, escogieron lo que hoy conocemos como el Casco Antiguo, el cual fue amurallado solamente como una medida de protección para posibles futuros ataques. Con el tiempo, esa muralla defensiva se convirtió en una división social donde la clase pudiente vivía dentro de los muros y el pueblo, en el denominado arrabal.
El tiempo ha pasado y aunque las diferencias sociales ya no se separan con muros de piedra, la desigualdad que dividirá a la sociedad mundial no será el dinero ni el nacimiento de abolengo, será el acceso que ese dinero pueda tener a los avances científicos y tecnológicos. Por ende, la riqueza del planeta que hoy en día reposa en un minúsculo grupo económico dirigirá todo su poderío a un sinnúmero de servicios que la inmensa mayoría de la población del planeta no tiene ni tendrá. Los carros de lujos y las casas pomposas no serán una prioridad para aquellos que cuenten con una fortuna. Se crearán dos clases sociales tal y como se proyecta en la película Eliseum o peor aún, no se requerirán los servicios de ciertos ciudadanos.
La situación es más compleja de lo que se imaginan. De hecho, si nos detenemos un momento a revisar las noticias que nos rodean, en Panamá nos percatamos de que la sociedad panameña se divide a pasos agigantados.
Existen muchas partes del país que, aunque están en el centro de las principales ciudades, no cuentan con agua las 24 horas del día. Y qué decir de la recolección de la basura que forman montañas en los barrios y que no entiendo cómo no propagan epidemias.
En materia de salud, los desventajados no tienen acceso a buena atención médica. Las medicinas son exageradamente caras y, por regla general, el Seguro Social no las tiene. Pedir una cita para tomarse una placa o ser atendido por un doctor puede tomar meses, como si las enfermedades o la muerte esperara.
Las calles de los barrios están destrozadas y en el mejor de los casos el tráfico para llegar a sus hogares es insoportable. Los agricultores ya no tienen a quién venderle sus productos, pues mejores productos del extranjero nos invaden a precios estratosféricos y no hay quien detenga esta situación.
En materia educativa, la brecha entre colegios públicos y particulares es abismal. Un estudiante de un colegio privado tiene muchas mejores oportunidades en la vida que aquellos que se gradúan de colegios oficiales.
Mientras tanto, la pasividad con la que vemos pasar estos problemas es lamentable. Nadie se detiene a realizar un cambio radical. Y los pocos que lo intentan son destrozados por los grandes intereses. Perdemos el tiempo hablando de la reforma constitucional, de los problemas con los órganos del Estado que solo dilapidan nuestros impuestos. Sí, el dinero que aportamos todos al fisco para pagarse beneficios personales y estar dentro de la clase social privilegiada. Aquella a la que no le falta el agua, a la que le recogen la basura, a la que paga los medicamentos. Aquella a la que con el tiempo formará una casta totalmente separada de la mayoría de la sociedad.
Si les sirve de consuelo, este problema es global. A manera de ejemplo, en la actualidad, Google invierte gran parte de sus ingresos a la investigación de nanotecnología que busca regenerar los órganos del cuerpo y, por ende, prolongar la vida del ser humano para que viva hasta 120 años. Por supuesto, cuando lleguen a la meta, la regeneración de órganos para curar enfermedades como el cáncer solo estará reservada a quien la pueda pagar.
Llegará el día en que los ciudadanos se dividirán en dos clases y que los gobiernos se elegirán para contener a las masas de los desventajados.