Ya ha transcurrido algún tiempo desde que se inició el siglo XXI y ello me ha llevado a cuestionarme cuáles son los principales problemas y retos que esta centuria nos está presentando. La lista es larga y sin lugar a dudas diferente a cualquier lista que en el pasado hubiese visto el hombre. Las grandes migraciones, el fundamentalismo religioso en todas sus formas, el resurgimiento del racismo, el hambre por la falta de recursos naturales, los cambios radicales de paradigmas como consecuencias de los nuevos descubrimientos científicos, entre otros. Y como consecuencia de lo anterior, cambios en las normas legales y los comportamientos sociales, como lo podrían ser la legalización de la marihuana, la aprobación de los matrimonios entre personas de un mismo sexo, etc.
Quisiera referirme primeramente al tema migratorio. Históricamente ha sido el hombre el que ha instaurado las fronteras entre naciones. Sus razones han sido múltiples: históricas, de conquistas de nuevas tierras, religiosas y la principalmente conocida, por las guerras, en donde el bando ganador establece las fronteras de sus nuevas tierras obtenidas por las armas, con muerte y sangre.
En la película “Los hijos de los hombres” (Children of men, 2006), se reflejaba el estilo de vida que se llevaría en una Inglaterra en el 2027. Para ese momento, según el argumento, el problema migratorio representaba uno de los problemas más latentes y más fuertemente reprimidos. Todo parece indicar que sus productores se fueron a muchos años de distancia para proyectar lo que ahora estamos viviendo.
El tema de las inmigraciones no es nuevo. Ya en el siglo pasado se consideraba que los inmigrantes eran usurpadores de empleos y que afectan el bienestar de las economías de países prósperos. Pero debido al tamaño de la población mundial el problema se ha amplificado y está siendo visto por las grandes potencias como un inminente peligro para sus intereses particulares. Y ello es así, puesto que los recursos naturales a nivel planetario se están acabando y cada quien desea preservarlos lo más que pueda. Es claro que los gobiernos no se están tomando esto a la ligera y ante la falta de mecanismos que permitan controlar las migraciones han creado estructuras legales y físicas encaminadas a controlar lo que ellos llaman el desorden migratorio.
Lo primero que tenemos que resaltar es que los motivos para que una persona abandone su lugar de nacimiento, su hogar, pueden ser muchos y muy variados, los cuales van desde razones laborales hasta la búsqueda de nuevas oportunidades. Pero cuando las personas emigran en grandes cantidades lo habitual es que sea como consecuencia de una guerra o el hambre. Esto último es el verdadero motivo de preocupación de los países industrializados, pues ello llega a significar un peso que mermará sus economías de forma directa, ya que deben darle asistencia social a estas personas que abandonan sus países dejando atrás todos sus bienes. Este ingrediente despierta la xenofobia en los habitantes de los países receptores.
El primer país que empezó a tomar medidas físicas contra las grandes migraciones fue Estados Unidos. No tomó nuevas medidas legales debido a que sus normas ya estaban creadas, pero en nada detenían a las personas en aventurarse en cruzar sus fronteras. Para ello erigieron un muro entre México y esa nación, instalaron todo tipo de tecnología de rastreo en las áreas fronterizas y algunos de sus políticos empezaron a bloquear cualquier iniciativa que buscara legalizar a los inmigrantes que estuvieran viviendo ya allí. Lo que Estados Unidos ha perdido de vista es que esa nación se formó y forjó con inmigrantes. Ahora, han levantado un muro para que nadie penetre olvidando su población ya radicada hace siglos sus propias raíces. Por ejemplo, el estado de Florida no sería más que un lugar de recreación si no hubieran emigrado los cubanos. La transformación cultural que llevaron ha hecho de ese estado un pilar importante de atracción comercial para toda Latinoamérica.
Otro ejemplo digno de contar es el de España, quien ha levando una muralla de ocho kilómetros en la población de Ceuta, con financiamiento parcial de toda la comunidad europea, con el fin de impedir que los marroquíes, que casi cruzan a nado desde su patria, puedan ingresar a territorio español y por ende, a Europa. La valla es impresionante de ver, pues parece más un campo de concentración que una división fronteriza.
Como si lo anterior fuera poco, Suiza acaba de realizar, con resultados nefastos para la libre circulación, un referéndum mediante el cual su población decidió establecer cuotas a las llegadas de inmigrantes de la comunidad europea. Suiza ha llevado a las urnas el malestar que vienen presentando sus vecinos europeos, y aunque Londres se ha opuesto a la decisión de Ginebra, en el fondo conoce y comparte las razones de esta actitud, y que no es otra que considerar que los inmigrantes abusan de los servicios sociales del país, les quitan el trabajo a los oriundos y aumentan la delincuencia, aunque debo advertir que no existen cifras claras que indiquen que la delincuencia aumente por los inmigrantes.
Pero la realidad es que con independencia de cómo lo deseemos ver, las opiniones sobre el problema son mixtas. Por un lado, han despertado el sueño de los xenofóbicos, ya que consideran que estos emigrantes acaban con los trabajos y consumen de las economías locales y sociales. Esto sin contar que los inmigrantes traen consigo sus costumbres y culturas que tienden a tratar de imponer en las nuevas tierras. En el otro extremo están los que creen que la inmigración trae progreso, intercambio de culturas, nuevas ideas, cambios en las formas de actuar de los residentes del país y hasta ayudan a que exista más competencia. La historia siempre ha demostrado que ante cualquier inmigración, sea por guerra, invasión, conquista o necesidad, los cambios se han sentido a la larga modificando las costumbres de los pueblos.
En mi concepto, esto último sí es un problema, pues por la influencia de los inmigrantes nos olvidamos de dónde venimos, olvidamos nuestras costumbres, nuestros próceres, nuestros monumentos, nuestras conquistas como pueblo y les damos paso a factores foráneos como si fueran propios. Permitimos que las costumbres de otras personas sobrepasen las nuestras. Tomamos nuestros monumentos, los redecoramos y los exhibimos para los turistas, no para nosotros mismos como símbolos de orgullo.
Este problema mundial no tiene una solución única, ni sencilla, pero si las grandes potencias desean detener estas olas hacia sus países deben empezar por invertir en aquellas naciones donde está el problema. Ello implicaría detener la venta de armas en países donde las guerras están acabando con civiles; aportar parte de sus riquezas donde hay hambre y no solo donde tengan intereses particulares; promover la educación en los países tercermundistas como medio para salir de la pobreza, entre otros. Ello irá eliminando poco a poco el deseo de abandonar el hogar de muchas personas. ¿Suena utópico, verdad?
Ya ha transcurrido algún tiempo desde que se inició el siglo XXI y ello me ha llevado a cuestionarme cuáles son los principales problemas y retos que esta centuria nos está presentando. La lista es larga y sin lugar a dudas diferente a cualquier lista que en el pasado hubiese visto el hombre. Las grandes migraciones, el fundamentalismo religioso en todas sus formas, el resurgimiento del racismo, el hambre por la falta de recursos naturales, los cambios radicales de paradigmas como consecuencias de los nuevos descubrimientos científicos, entre otros. Y como consecuencia de lo anterior, cambios en las normas legales y los comportamientos sociales, como lo podrían ser la legalización de la marihuana, la aprobación de los matrimonios entre personas de un mismo sexo, etc.
Quisiera referirme primeramente al tema migratorio. Históricamente ha sido el hombre el que ha instaurado las fronteras entre naciones. Sus razones han sido múltiples: históricas, de conquistas de nuevas tierras, religiosas y la principalmente conocida, por las guerras, en donde el bando ganador establece las fronteras de sus nuevas tierras obtenidas por las armas, con muerte y sangre.
En la película “Los hijos de los hombres” (Children of men, 2006), se reflejaba el estilo de vida que se llevaría en una Inglaterra en el 2027. Para ese momento, según el argumento, el problema migratorio representaba uno de los problemas más latentes y más fuertemente reprimidos. Todo parece indicar que sus productores se fueron a muchos años de distancia para proyectar lo que ahora estamos viviendo.
El tema de las inmigraciones no es nuevo. Ya en el siglo pasado se consideraba que los inmigrantes eran usurpadores de empleos y que afectan el bienestar de las economías de países prósperos. Pero debido al tamaño de la población mundial el problema se ha amplificado y está siendo visto por las grandes potencias como un inminente peligro para sus intereses particulares. Y ello es así, puesto que los recursos naturales a nivel planetario se están acabando y cada quien desea preservarlos lo más que pueda. Es claro que los gobiernos no se están tomando esto a la ligera y ante la falta de mecanismos que permitan controlar las migraciones han creado estructuras legales y físicas encaminadas a controlar lo que ellos llaman el desorden migratorio.
Lo primero que tenemos que resaltar es que los motivos para que una persona abandone su lugar de nacimiento, su hogar, pueden ser muchos y muy variados, los cuales van desde razones laborales hasta la búsqueda de nuevas oportunidades. Pero cuando las personas emigran en grandes cantidades lo habitual es que sea como consecuencia de una guerra o el hambre. Esto último es el verdadero motivo de preocupación de los países industrializados, pues ello llega a significar un peso que mermará sus economías de forma directa, ya que deben darle asistencia social a estas personas que abandonan sus países dejando atrás todos sus bienes. Este ingrediente despierta la xenofobia en los habitantes de los países receptores.
El primer país que empezó a tomar medidas físicas contra las grandes migraciones fue Estados Unidos. No tomó nuevas medidas legales debido a que sus normas ya estaban creadas, pero en nada detenían a las personas en aventurarse en cruzar sus fronteras. Para ello erigieron un muro entre México y esa nación, instalaron todo tipo de tecnología de rastreo en las áreas fronterizas y algunos de sus políticos empezaron a bloquear cualquier iniciativa que buscara legalizar a los inmigrantes que estuvieran viviendo ya allí. Lo que Estados Unidos ha perdido de vista es que esa nación se formó y forjó con inmigrantes. Ahora, han levantado un muro para que nadie penetre olvidando su población ya radicada hace siglos sus propias raíces. Por ejemplo, el estado de Florida no sería más que un lugar de recreación si no hubieran emigrado los cubanos. La transformación cultural que llevaron ha hecho de ese estado un pilar importante de atracción comercial para toda Latinoamérica.
Otro ejemplo digno de contar es el de España, quien ha levando una muralla de ocho kilómetros en la población de Ceuta, con financiamiento parcial de toda la comunidad europea, con el fin de impedir que los marroquíes, que casi cruzan a nado desde su patria, puedan ingresar a territorio español y por ende, a Europa. La valla es impresionante de ver, pues parece más un campo de concentración que una división fronteriza.
Como si lo anterior fuera poco, Suiza acaba de realizar, con resultados nefastos para la libre circulación, un referéndum mediante el cual su población decidió establecer cuotas a las llegadas de inmigrantes de la comunidad europea. Suiza ha llevado a las urnas el malestar que vienen presentando sus vecinos europeos, y aunque Londres se ha opuesto a la decisión de Ginebra, en el fondo conoce y comparte las razones de esta actitud, y que no es otra que considerar que los inmigrantes abusan de los servicios sociales del país, les quitan el trabajo a los oriundos y aumentan la delincuencia, aunque debo advertir que no existen cifras claras que indiquen que la delincuencia aumente por los inmigrantes.
Pero la realidad es que con independencia de cómo lo deseemos ver, las opiniones sobre el problema son mixtas. Por un lado, han despertado el sueño de los xenofóbicos, ya que consideran que estos emigrantes acaban con los trabajos y consumen de las economías locales y sociales. Esto sin contar que los inmigrantes traen consigo sus costumbres y culturas que tienden a tratar de imponer en las nuevas tierras. En el otro extremo están los que creen que la inmigración trae progreso, intercambio de culturas, nuevas ideas, cambios en las formas de actuar de los residentes del país y hasta ayudan a que exista más competencia. La historia siempre ha demostrado que ante cualquier inmigración, sea por guerra, invasión, conquista o necesidad, los cambios se han sentido a la larga modificando las costumbres de los pueblos.
En mi concepto, esto último sí es un problema, pues por la influencia de los inmigrantes nos olvidamos de dónde venimos, olvidamos nuestras costumbres, nuestros próceres, nuestros monumentos, nuestras conquistas como pueblo y les damos paso a factores foráneos como si fueran propios. Permitimos que las costumbres de otras personas sobrepasen las nuestras. Tomamos nuestros monumentos, los redecoramos y los exhibimos para los turistas, no para nosotros mismos como símbolos de orgullo.
Este problema mundial no tiene una solución única, ni sencilla, pero si las grandes potencias desean detener estas olas hacia sus países deben empezar por invertir en aquellas naciones donde está el problema. Ello implicaría detener la venta de armas en países donde las guerras están acabando con civiles; aportar parte de sus riquezas donde hay hambre y no solo donde tengan intereses particulares; promover la educación en los países tercermundistas como medio para salir de la pobreza, entre otros. Ello irá eliminando poco a poco el deseo de abandonar el hogar de muchas personas. ¿Suena utópico, verdad?