POLONIA: LA DESCONFIANZA DE LO HUMANO

Abril 04, 2016

POLONIA: LA DESCONFIANZA DE LO HUMANO

Abril 04, 2016

Finalmente, tocamos tierra. El vuelo al final ha sido muy turbulento, pero luego de algunas vueltas sobre y dentro de la tormenta llegamos sanos y salvos al aeropuerto Chopin.

Varsovia no es un destino turístico que aparezca en muchas guías de viajes. De hecho, no recuerdo haberlo visto en revista alguna. La verdadera razón que nos ha traído hasta aquí ha sido el permanente interés de mi esposa y el mío de conocer los lugares que fueron afectados por la Segunda Guerra Mundial.

El aeropuerto nos deja ver de manera casi inmediata la personalidad del polaco. Está claro que son personas frías y desconfiadas, pero cómo culparlas si sus vidas han estado repletas de traiciones.

Hasta el siglo XVII, Polonia era una nación con todos los elementos que un país puede tener: territorio, idioma y cultura. Luego fue dividida en tres partes, a saber: un pedazo para Alemania; otro para Austria y otro para Lituania. Terminada la Primera Guerra Mundial se restableció como país, tan solo para convertirse pocos años después en víctima de una gran guerra que no fue ni planeada ni provocada por ellos.

Entender la personalidad de desconfianza que rodea a los polacos nos obliga a analizar su historia reciente. Nos queda claro que la gran guerra ya concluida hace 70 años y que podría aparentar que en nada toca a las nuevas generaciones es la razón objetiva. Toda la población, desde jóvenes hasta viejos, narra sus vivencias tomando como punto de referencia la guerra mundial. Yo hubiese pensado que los jóvenes harían más relación a la era soviética; pero para mi sorpresa, al referirse a ella siempre dicen que tuvo cosas buenas y malas.

Del aeropuerto al hotel observamos que se trata de una ciudad relativamente nueva. Las edificaciones originales e históricas fueron destruidas por los alemanes. Antes de la guerra, Hitler había efectuado un pacto con los rusos en el que se comprometía a no invadirlos una vez se iniciara. Por supuesto que no lo cumplió, y para él se hacía necesario invadir Polonia para de allí pasar a Rusia. Por ello, a finales de agosto de 1939, prefabricó un supuesto ataque de los polacos a Alemania en la frontera de ambas naciones; razón por lo cual se debía aplicar la legítima defensa. Así las cosas, el 1 de septiembre de 1939 se inició la invasión a Polonia. Para sorpresa de los alemanes, los polacos, que no contaban con un gran ejército, lucharon con valentía  enfrentándose a caballo a los tanques enemigos. Esto los dejó perplejos resolviendo bombardear la ciudad de Varsovia y reducirla en un 90% a cenizas.

Ya instalados en el hotel decidimos ir a cenar al Casco Antiguo a un restaurante llamado Fukeira que nos han indicado que es uno de los más antiguos de Europa. Fundado en el siglo XVII como una cava de vinos, ha pasado de generación en generación hasta convertirse en lo que hoy representa.

Camino hacia nuestro destino entramos en la Vieja Ciudad, como ellos la llaman. La misma está bellamente adornada con luces navideñas. Según nos informan, los adornos de Navidad se mantienen hasta el 2 de febrero de cada año, fecha en que según la tradición cristiana Jesús fue presentado en el Templo. Qué irónico resulta ahora, pues antes de la guerra el 40% de la población que vivía en esta parte de la ciudad era judía, para quedar al final reducida a tan solo un 10%.

La Vieja Ciudad está compuesta de edificios de estilo colonial, pero que en realidad son réplicas, ya que el 90% de los mismos fueron bombardeados durante la guerra, como ya dijera. Todavía resuena en mi cabeza esa imagen que he visto en televisión donde Hitler aparece verificando personalmente el bombardeo desde su avión. Ojalá Polonia hubiese tenido fuerza aérea para derribarlo.

Aquí nos muestran una sección de la ciudad que sí es original. Se trata del Barrio Alemán. Queda claro que durante la guerra Hitler no dejó nada al azar y al bombardear la ciudad sus aviones no tocaron dicha sección, como si se tratara de una operación quirúrgica; sin embargo, si resultabas ser judío, al llegar el ejército alemán se te expropiaba la casa y enviaba a un campo de concentración. Lo triste es que los sobrevivientes al finalizar la guerra no pudieron regresar a sus casas, ya que los rusos se los impidieron. En la actualidad, los descendientes pueden reclamar la propiedad ante los tribunales de justicia.

Hemos llegado a nuestro destino el cual está ubicado en la Plaza de la Sirena, símbolo de Polonia, ya que según la leyenda este ser mítico se le apareció a unos pescadores del área para indicarles que construyeran la ciudad en aquel lugar, surgiendo allí la ciudad de Varsovia.

Las paredes del restaurante son de ladrillos y están adornadas con retratos de políticos, artistas y personalidades que lo han visitado. Nos llevaron al sótano donde se evidencia que fue refugio de bombardeos durante la guerra. Ahora −y para suerte de nosotros− es un lugar agradable donde pudimos comer exquisitos majares.

La comida polaca es bastante buena. La variedad es mucha, pero el camarero nos advirtió que no tomásemos vino polaco, ya que es malo por tradición. En la mesa de al lado observé a un grupo de personas que conversaban en voz baja, muy diferente a los latinos que hacemos una juerga a donde llegamos.

Al día siguiente, contratamos a un guía turístico para que nos llevara a los principales lugares. La ciudad de Varsovia a simple vista no tiene atractivo alguno. Casi todos sus inmuebles son tipo “bloques” como ellos lo llaman, construidos durante la era soviética. No son más que multifamiliares, sin atractivo alguno.

Sin embargo, Polonia, como en la mayoría de las naciones que han tenido vicisitudes históricas, cuenta con un sin número de héroes a quienes se les rinde pleitesía. Por ejemplo, Chopin es muy admirado aquí. Visitamos el parque que −según se cuenta− servía de inspiración a sus obras musicales. No sé si aquello es cierto, pero el parque y su flora podrían inspirar a cualquier persona. Es alimento para el alma.

Vemos con extrañeza que la ciudad cuenta en su centro con un edificio emblemático y hermoso regalado por Stalin, pero pagado por los polacos. ¡Vaya regalo! Por lo menos eso nos dice con tono satírico nuestro guía. Se trata del Centro Científico y Cultural. Para cuando se concluyó, Stalin ya había muerto.

El 40% de la ciudad de Varsovia está compuesta de parques y su población es agrícola por tradición. No  obstante, durante la era soviética −nos cuenta el guía− toda la producción agraria se enviaba a Moscú y los ciudadanos polacos recibían cartillas con las que podían retirar la porción de alimento y vestido que les correspondía.

La mayoría de los polacos de la calle hablan inglés. Me sorprende y empiezo a preguntar cómo puede ser posible eso, y la respuesta es la misma: “Lo aprendimos en la escuela”. ¡Qué extraordinario que en un país como este se entienda tanto el inglés!

Uno de los sitios más visitados es el lugar donde quedaba el Gueto de Varsovia. Al llegar los alemanes a Varsovia juntaron a los judíos y los pusieron en ciertas zonas de la ciudad. A algunos los dejaban salir a trabajar y esos con sus recursos alimentaban a los demás. Esta explicación me permite entender un poco más de los judíos y la personalidad que los hace tan unidos como etnia. En el día del cumpleaños de Hitler −en abril de 1943, exactamente a las 5:00 p.m.− aprovechando el descuido de los soldados por estar ocupados celebrando, iniciaron un alzamiento que duraría cinco semanas, pero que al final lo sofocarían los alemanes con ataques aéreos. Los pocos sobrevivientes fueron remitidos a los campos de exterminios. En Panamá existe una triste calle que se llama “Héroes del gueto de Varsovia”, y ahora puedo comprender el significado tan profundo que estas palabras entrañan.

Nuestro guía −que es un señor de edad y que no es judío− nos enseña con dolor todos estos lugares. El último día de nuestra estadía lo invitamos a comer y se me ocurrió preguntarle que cómo sabía hablar tan bien el inglés. Su respuesta me dejó estupefacto. Me dice con toda tranquilidad que trabajaba para la embajada inglesa como espía. He soltado una carcajada y con la cara muy seria me ha repetido que así era. Esto me ha interesado, así que empiezo a preguntarle sobre el tema y con la mayor serenidad me da detalles de su trabajo. ¡Wao, con quién estuvimos!

 

Cracovia

 

Concluida nuestra rápida visita a Varsovia salimos por tren a Cracovia, centro de operaciones de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Los tiquetes nos los ha adquirido el guía de Varsovia y nos ha realizado todos los arreglos para que otro guía nos reciba y atienda en aquella ciudad. El tren es bastante cómodo y muy puntual, así que emprendemos el viaje de dos horas y veinte minutos. Me es triste pensar que estoy sobre los mismos rieles que transportaron a los campos de concentración a un aproximado de cuatro millones de judíos.

Al llegar, el guía nos espera. De inmediato me percato de que las personas de esta ciudad son más alegres en comparación con las de Varsovia. Le pregunto al guía al respecto y me dice que existen rivalidades históricas entre ambos ciudadanos.

Las personas de estas tierras son muy religiosas. Durante siglos fue la capital del reino, además de capital de los alemanes durante la guerra. Como Varsovia, esta parte de Polonia tiene a sus héroes como lo fueron Copérnico y Juan Pablo II, por ello nos muestran con orgullo la universidad en donde estudiaron ambos. Por cierto, la ciudad cuenta con un sinnúmero de estatuas, bustos, fotos y monumentos a su papa.

Luego de una vista rápida a la ciudad nos desplazamos al campo de concentración de Auschwitz, razón principal de nuestra visita. He aprovechado el viaje de una hora para dormir un poco, pues nos habíamos levantado muy temprano y estaba realmente cansado.

Los alemanes escogieron esta ciudad para instalar sus campos de concentraciones, por tratarse de una zona industrial, así como centro de convergencia de todas las líneas férreas de los otros países de Europa. Esto les permitía conseguir mano de obra barata para las labores pesadas. Vuelve a mi mente aquello de que Hitler no dejó nada al azar. Aquí también se puede encontrar la famosa fábrica de Oskar Schindler, quien salvó la vida de miles de judíos durante la guerra y quien es muy venerado en Polonia. De hecho en la entrada de dicha fábrica se encuentran un sinnúmero de fotos de aquellos judíos que fueron salvados por él.

El campo de concentración es un lugar extenso. Está dividido en varias áreas, que van desde la zona donde se separaban según sus habilidades a los prisioneros que llegaban, hasta las barracas a donde se les encerraba. En el centro tienen como testigo histórico un vagón de tren donde transportaban a los judíos, que por cierto es un vagón para transportar animales.

Para entrar a los edificios que albergaban a los prisioneros es necesario pasar un control de seguridad exhaustivo como si se tratase de un aeropuerto, por el peligro a que algún fanático   quisiera hacer algo. Las barracas están vacías, solamente adornadas con fotografías de cada una de las etapas que enfrentaron sus prisioneros. Aunque el campo está repleto de turistas, la visita se hace de forma silente, nadie se atreve a hablar. Qué tristeza ver cómo el genio humano pudo crear tanta maldad para producir tanto dolor.

Las fotos de los prisioneros que se muestran a lo largo de las paredes fueron tomadas por los alemanes para llevar un control minucioso de cada ser humano. Observamos con dolor que el promedio de vida en este campo era de un año, antes de que murieran por hambre, cansancio o fusilamiento.

En un lugar aparte y fuera de la vista de los prisioneros vemos los hornos y las cámaras de gases por donde desfilaron un millón y medio de personas, empezando por los niños que para nada les servían a los alemanes.

Una escena dolorosa de ver es la cantidad de cabello que cortaban y remitían a las fábricas de textiles para hacer tela. Y ni hablar de un salón que mantiene las maletas de los prisioneros con sus nombres, pues les obligaban a que grabaran con tinta sus apellidos haciéndoles creer que les serían regresadas después.

A nuestra salida y como he visto que ya existen varias construcciones nuevas alrededor del campo, le pregunto al guía que a dónde habían enterrado a tantas personas, y me contesta que toda el área es un gran cementerio y que de hecho cuando construyen no es extraño encontrar partes de cuerpos humanos.

Algo deprimidos salimos para las minas de sal que quedan a una hora de camino. Se trata de una mina encontrada y explotada durante 700 años. La misma cuenta con nueve niveles de los cuales visitaremos solo tres. Según los expertos, hace varios millones de años el océano llegaba hasta esta parte del mundo, lo cual produjo la mina que hoy visitaremos. En tiempos remotos la sal era tan valiosa como el oro, dado que con ella se salaban los alimentos, lo que permitía conservarlos por mucho tiempo. De allí salió esa costumbre de que la sal no se pasa de mano a mano, pues provoca una pelea. Bueno, la razón es que en tiempos antiguos cuando se pasaba la sal entre comerciantes y se le caía a alguien ese debía pagarla.

Bajar a la mina es una experiencia. Logramos descender unos 130 metros. En su interior vimos cómo se extraía la sal en las distintas épocas de la vida. Los trabajadores a lo largo de sus existencias confeccionaron estatuas y bustos de sal de personajes de diferentes periodos. Por supuesto que Juan Pablo II no está ausente.

Para nuestra sorpresa, en el centro de la mina han construido una capilla completa desde los candelabros hasta los santos, pasando por la Virgen. Todo perfectamente hecho con sal. ¡Increíble!

Concluye nuestro viaje en Polonia, pero seguimos por la historia.

Finalmente, tocamos tierra. El vuelo al final ha sido muy turbulento, pero luego de algunas vueltas sobre y dentro de la tormenta llegamos sanos y salvos al aeropuerto Chopin.

Varsovia no es un destino turístico que aparezca en muchas guías de viajes. De hecho, no recuerdo haberlo visto en revista alguna. La verdadera razón que nos ha traído hasta aquí ha sido el permanente interés de mi esposa y el mío de conocer los lugares que fueron afectados por la Segunda Guerra Mundial.

El aeropuerto nos deja ver de manera casi inmediata la personalidad del polaco. Está claro que son personas frías y desconfiadas, pero cómo culparlas si sus vidas han estado repletas de traiciones.

Hasta el siglo XVII, Polonia era una nación con todos los elementos que un país puede tener: territorio, idioma y cultura. Luego fue dividida en tres partes, a saber: un pedazo para Alemania; otro para Austria y otro para Lituania. Terminada la Primera Guerra Mundial se restableció como país, tan solo para convertirse pocos años después en víctima de una gran guerra que no fue ni planeada ni provocada por ellos.

Entender la personalidad de desconfianza que rodea a los polacos nos obliga a analizar su historia reciente. Nos queda claro que la gran guerra ya concluida hace 70 años y que podría aparentar que en nada toca a las nuevas generaciones es la razón objetiva. Toda la población, desde jóvenes hasta viejos, narra sus vivencias tomando como punto de referencia la guerra mundial. Yo hubiese pensado que los jóvenes harían más relación a la era soviética; pero para mi sorpresa, al referirse a ella siempre dicen que tuvo cosas buenas y malas.

Del aeropuerto al hotel observamos que se trata de una ciudad relativamente nueva. Las edificaciones originales e históricas fueron destruidas por los alemanes. Antes de la guerra, Hitler había efectuado un pacto con los rusos en el que se comprometía a no invadirlos una vez se iniciara. Por supuesto que no lo cumplió, y para él se hacía necesario invadir Polonia para de allí pasar a Rusia. Por ello, a finales de agosto de 1939, prefabricó un supuesto ataque de los polacos a Alemania en la frontera de ambas naciones; razón por lo cual se debía aplicar la legítima defensa. Así las cosas, el 1 de septiembre de 1939 se inició la invasión a Polonia. Para sorpresa de los alemanes, los polacos, que no contaban con un gran ejército, lucharon con valentía  enfrentándose a caballo a los tanques enemigos. Esto los dejó perplejos resolviendo bombardear la ciudad de Varsovia y reducirla en un 90% a cenizas.

Ya instalados en el hotel decidimos ir a cenar al Casco Antiguo a un restaurante llamado Fukeira que nos han indicado que es uno de los más antiguos de Europa. Fundado en el siglo XVII como una cava de vinos, ha pasado de generación en generación hasta convertirse en lo que hoy representa.

Camino hacia nuestro destino entramos en la Vieja Ciudad, como ellos la llaman. La misma está bellamente adornada con luces navideñas. Según nos informan, los adornos de Navidad se mantienen hasta el 2 de febrero de cada año, fecha en que según la tradición cristiana Jesús fue presentado en el Templo. Qué irónico resulta ahora, pues antes de la guerra el 40% de la población que vivía en esta parte de la ciudad era judía, para quedar al final reducida a tan solo un 10%.

La Vieja Ciudad está compuesta de edificios de estilo colonial, pero que en realidad son réplicas, ya que el 90% de los mismos fueron bombardeados durante la guerra, como ya dijera. Todavía resuena en mi cabeza esa imagen que he visto en televisión donde Hitler aparece verificando personalmente el bombardeo desde su avión. Ojalá Polonia hubiese tenido fuerza aérea para derribarlo.

Aquí nos muestran una sección de la ciudad que sí es original. Se trata del Barrio Alemán. Queda claro que durante la guerra Hitler no dejó nada al azar y al bombardear la ciudad sus aviones no tocaron dicha sección, como si se tratara de una operación quirúrgica; sin embargo, si resultabas ser judío, al llegar el ejército alemán se te expropiaba la casa y enviaba a un campo de concentración. Lo triste es que los sobrevivientes al finalizar la guerra no pudieron regresar a sus casas, ya que los rusos se los impidieron. En la actualidad, los descendientes pueden reclamar la propiedad ante los tribunales de justicia.

Hemos llegado a nuestro destino el cual está ubicado en la Plaza de la Sirena, símbolo de Polonia, ya que según la leyenda este ser mítico se le apareció a unos pescadores del área para indicarles que construyeran la ciudad en aquel lugar, surgiendo allí la ciudad de Varsovia.

Las paredes del restaurante son de ladrillos y están adornadas con retratos de políticos, artistas y personalidades que lo han visitado. Nos llevaron al sótano donde se evidencia que fue refugio de bombardeos durante la guerra. Ahora −y para suerte de nosotros− es un lugar agradable donde pudimos comer exquisitos majares.

La comida polaca es bastante buena. La variedad es mucha, pero el camarero nos advirtió que no tomásemos vino polaco, ya que es malo por tradición. En la mesa de al lado observé a un grupo de personas que conversaban en voz baja, muy diferente a los latinos que hacemos una juerga a donde llegamos.

Al día siguiente, contratamos a un guía turístico para que nos llevara a los principales lugares. La ciudad de Varsovia a simple vista no tiene atractivo alguno. Casi todos sus inmuebles son tipo “bloques” como ellos lo llaman, construidos durante la era soviética. No son más que multifamiliares, sin atractivo alguno.

Sin embargo, Polonia, como en la mayoría de las naciones que han tenido vicisitudes históricas, cuenta con un sin número de héroes a quienes se les rinde pleitesía. Por ejemplo, Chopin es muy admirado aquí. Visitamos el parque que −según se cuenta− servía de inspiración a sus obras musicales. No sé si aquello es cierto, pero el parque y su flora podrían inspirar a cualquier persona. Es alimento para el alma.

Vemos con extrañeza que la ciudad cuenta en su centro con un edificio emblemático y hermoso regalado por Stalin, pero pagado por los polacos. ¡Vaya regalo! Por lo menos eso nos dice con tono satírico nuestro guía. Se trata del Centro Científico y Cultural. Para cuando se concluyó, Stalin ya había muerto.

El 40% de la ciudad de Varsovia está compuesta de parques y su población es agrícola por tradición. No  obstante, durante la era soviética −nos cuenta el guía− toda la producción agraria se enviaba a Moscú y los ciudadanos polacos recibían cartillas con las que podían retirar la porción de alimento y vestido que les correspondía.

La mayoría de los polacos de la calle hablan inglés. Me sorprende y empiezo a preguntar cómo puede ser posible eso, y la respuesta es la misma: “Lo aprendimos en la escuela”. ¡Qué extraordinario que en un país como este se entienda tanto el inglés!

Uno de los sitios más visitados es el lugar donde quedaba el Gueto de Varsovia. Al llegar los alemanes a Varsovia juntaron a los judíos y los pusieron en ciertas zonas de la ciudad. A algunos los dejaban salir a trabajar y esos con sus recursos alimentaban a los demás. Esta explicación me permite entender un poco más de los judíos y la personalidad que los hace tan unidos como etnia. En el día del cumpleaños de Hitler −en abril de 1943, exactamente a las 5:00 p.m.− aprovechando el descuido de los soldados por estar ocupados celebrando, iniciaron un alzamiento que duraría cinco semanas, pero que al final lo sofocarían los alemanes con ataques aéreos. Los pocos sobrevivientes fueron remitidos a los campos de exterminios. En Panamá existe una triste calle que se llama “Héroes del gueto de Varsovia”, y ahora puedo comprender el significado tan profundo que estas palabras entrañan.

Nuestro guía −que es un señor de edad y que no es judío− nos enseña con dolor todos estos lugares. El último día de nuestra estadía lo invitamos a comer y se me ocurrió preguntarle que cómo sabía hablar tan bien el inglés. Su respuesta me dejó estupefacto. Me dice con toda tranquilidad que trabajaba para la embajada inglesa como espía. He soltado una carcajada y con la cara muy seria me ha repetido que así era. Esto me ha interesado, así que empiezo a preguntarle sobre el tema y con la mayor serenidad me da detalles de su trabajo. ¡Wao, con quién estuvimos!

 

Cracovia

 

Concluida nuestra rápida visita a Varsovia salimos por tren a Cracovia, centro de operaciones de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Los tiquetes nos los ha adquirido el guía de Varsovia y nos ha realizado todos los arreglos para que otro guía nos reciba y atienda en aquella ciudad. El tren es bastante cómodo y muy puntual, así que emprendemos el viaje de dos horas y veinte minutos. Me es triste pensar que estoy sobre los mismos rieles que transportaron a los campos de concentración a un aproximado de cuatro millones de judíos.

Al llegar, el guía nos espera. De inmediato me percato de que las personas de esta ciudad son más alegres en comparación con las de Varsovia. Le pregunto al guía al respecto y me dice que existen rivalidades históricas entre ambos ciudadanos.

Las personas de estas tierras son muy religiosas. Durante siglos fue la capital del reino, además de capital de los alemanes durante la guerra. Como Varsovia, esta parte de Polonia tiene a sus héroes como lo fueron Copérnico y Juan Pablo II, por ello nos muestran con orgullo la universidad en donde estudiaron ambos. Por cierto, la ciudad cuenta con un sinnúmero de estatuas, bustos, fotos y monumentos a su papa.

Luego de una vista rápida a la ciudad nos desplazamos al campo de concentración de Auschwitz, razón principal de nuestra visita. He aprovechado el viaje de una hora para dormir un poco, pues nos habíamos levantado muy temprano y estaba realmente cansado.

Los alemanes escogieron esta ciudad para instalar sus campos de concentraciones, por tratarse de una zona industrial, así como centro de convergencia de todas las líneas férreas de los otros países de Europa. Esto les permitía conseguir mano de obra barata para las labores pesadas. Vuelve a mi mente aquello de que Hitler no dejó nada al azar. Aquí también se puede encontrar la famosa fábrica de Oskar Schindler, quien salvó la vida de miles de judíos durante la guerra y quien es muy venerado en Polonia. De hecho en la entrada de dicha fábrica se encuentran un sinnúmero de fotos de aquellos judíos que fueron salvados por él.

El campo de concentración es un lugar extenso. Está dividido en varias áreas, que van desde la zona donde se separaban según sus habilidades a los prisioneros que llegaban, hasta las barracas a donde se les encerraba. En el centro tienen como testigo histórico un vagón de tren donde transportaban a los judíos, que por cierto es un vagón para transportar animales.

Para entrar a los edificios que albergaban a los prisioneros es necesario pasar un control de seguridad exhaustivo como si se tratase de un aeropuerto, por el peligro a que algún fanático   quisiera hacer algo. Las barracas están vacías, solamente adornadas con fotografías de cada una de las etapas que enfrentaron sus prisioneros. Aunque el campo está repleto de turistas, la visita se hace de forma silente, nadie se atreve a hablar. Qué tristeza ver cómo el genio humano pudo crear tanta maldad para producir tanto dolor.

Las fotos de los prisioneros que se muestran a lo largo de las paredes fueron tomadas por los alemanes para llevar un control minucioso de cada ser humano. Observamos con dolor que el promedio de vida en este campo era de un año, antes de que murieran por hambre, cansancio o fusilamiento.

En un lugar aparte y fuera de la vista de los prisioneros vemos los hornos y las cámaras de gases por donde desfilaron un millón y medio de personas, empezando por los niños que para nada les servían a los alemanes.

Una escena dolorosa de ver es la cantidad de cabello que cortaban y remitían a las fábricas de textiles para hacer tela. Y ni hablar de un salón que mantiene las maletas de los prisioneros con sus nombres, pues les obligaban a que grabaran con tinta sus apellidos haciéndoles creer que les serían regresadas después.

A nuestra salida y como he visto que ya existen varias construcciones nuevas alrededor del campo, le pregunto al guía que a dónde habían enterrado a tantas personas, y me contesta que toda el área es un gran cementerio y que de hecho cuando construyen no es extraño encontrar partes de cuerpos humanos.

Algo deprimidos salimos para las minas de sal que quedan a una hora de camino. Se trata de una mina encontrada y explotada durante 700 años. La misma cuenta con nueve niveles de los cuales visitaremos solo tres. Según los expertos, hace varios millones de años el océano llegaba hasta esta parte del mundo, lo cual produjo la mina que hoy visitaremos. En tiempos remotos la sal era tan valiosa como el oro, dado que con ella se salaban los alimentos, lo que permitía conservarlos por mucho tiempo. De allí salió esa costumbre de que la sal no se pasa de mano a mano, pues provoca una pelea. Bueno, la razón es que en tiempos antiguos cuando se pasaba la sal entre comerciantes y se le caía a alguien ese debía pagarla.

Bajar a la mina es una experiencia. Logramos descender unos 130 metros. En su interior vimos cómo se extraía la sal en las distintas épocas de la vida. Los trabajadores a lo largo de sus existencias confeccionaron estatuas y bustos de sal de personajes de diferentes periodos. Por supuesto que Juan Pablo II no está ausente.

Para nuestra sorpresa, en el centro de la mina han construido una capilla completa desde los candelabros hasta los santos, pasando por la Virgen. Todo perfectamente hecho con sal. ¡Increíble!

Concluye nuestro viaje en Polonia, pero seguimos por la historia.

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