Desde que se fundó el Estado de Israel en 1948, sus Primeros Ministros han tenido que ser más estrategas militares que políticos. Esto obedece a que desde entonces han librado guerras y batallas constantes por su soberanía y dignidad. No sólo nos referimos a la sobrevivencia de los judíos durante el holocausto, sino también a guerras como la de 1967 denominada la de Los Seis Días, así como la Guerra del Golfo en la que Irak trató por todos los medios atacar sin éxito a Israel.
De todas estas batallas, la más larga y sangrienta que ha tenido que enfrentar este país, ha sido con los Palestinos. Encabezados por Yasser Arafat, han disputado desde tiempos remotos la soberanía sobre un territorio que a costa de atentados terroristas han conseguido obtener.
Y es casualmente aquí donde radica todo el problema. Si bien es cierto que los Palestinos han logrado sus metas por medio del derramamiento de sangre de muchos inocentes, no menos cierto es que al final fue la razón y la negociación lo que prevaleció.
Hay que recordar los grandes esfuerzos que de forma secreta hicieron y lograron Arafat y Yitzhak Rabin para regresar la paz a esa área de la tierra, costándole inclusive la vida a este último.
El tiempo ha pasado y la paz ha desaparecido y por ende la sangre derramada ha sido en vano. Ambas partes siguen esperando que la otra haga o realice un gesto de buena voluntad.
Los Palestinos desean más autonomía para sus territorios. Los israelíes, por su parte, quieren que se sancione a los terroristas que con sus ataques cobran la vida de numerosas personas.
La verdad es que Arafat no tiene la menor intención de entregar a sus compatriotas. Entonces, ante esta situación, habría que cuestionarse ¿quién dará primero su brazo a torcer?
Si ambas partes esperan actuaciones de la otra, o que Estados Unidos sea el mediador milagroso, no creo que lo vayan a conseguir. La paz es tarea de todos los Estados, y en especial de los propios afectados.
Si en el pasado esto se logró, ¿qué les impide a ambos ponerse de acuerdo ahora? Los mecanismos que insisten en utilizar los palestinos ya pasaron de moda y aunque Arafat siga hablando de paz, mientras no pueda controlar a los suyos, y no quiera sancionar a quienes en nombre de la “libertad” siguen derramando sangre inocente, no podrá hablarse de paz.
Ni los cambios de gabinete del Gobierno Palestino convencerán a nadie de buenas intenciones sino hay acción.
Israel, por su parte, acaba de nombrar a un nuevo Ministro de Defensa conocido por su odio acérrimo hacia los palestinos, lo que también deja entrever que las medidas que se vislumbran hacia el futuro son sangrientas. Ha llegado la hora de meditar si los protagonistas de esta historia deberían retirarse y dejar el paso a aquellos que sí desean negociar con dignidad, pues de lo contrario lo único que se seguirá logrando es odio y muerte.
Desde que se fundó el Estado de Israel en 1948, sus Primeros Ministros han tenido que ser más estrategas militares que políticos. Esto obedece a que desde entonces han librado guerras y batallas constantes por su soberanía y dignidad. No sólo nos referimos a la sobrevivencia de los judíos durante el holocausto, sino también a guerras como la de 1967 denominada la de Los Seis Días, así como la Guerra del Golfo en la que Irak trató por todos los medios atacar sin éxito a Israel.
De todas estas batallas, la más larga y sangrienta que ha tenido que enfrentar este país, ha sido con los Palestinos. Encabezados por Yasser Arafat, han disputado desde tiempos remotos la soberanía sobre un territorio que a costa de atentados terroristas han conseguido obtener.
Y es casualmente aquí donde radica todo el problema. Si bien es cierto que los Palestinos han logrado sus metas por medio del derramamiento de sangre de muchos inocentes, no menos cierto es que al final fue la razón y la negociación lo que prevaleció.
Hay que recordar los grandes esfuerzos que de forma secreta hicieron y lograron Arafat y Yitzhak Rabin para regresar la paz a esa área de la tierra, costándole inclusive la vida a este último.
El tiempo ha pasado y la paz ha desaparecido y por ende la sangre derramada ha sido en vano. Ambas partes siguen esperando que la otra haga o realice un gesto de buena voluntad.
Los Palestinos desean más autonomía para sus territorios. Los israelíes, por su parte, quieren que se sancione a los terroristas que con sus ataques cobran la vida de numerosas personas.
La verdad es que Arafat no tiene la menor intención de entregar a sus compatriotas. Entonces, ante esta situación, habría que cuestionarse ¿quién dará primero su brazo a torcer?
Si ambas partes esperan actuaciones de la otra, o que Estados Unidos sea el mediador milagroso, no creo que lo vayan a conseguir. La paz es tarea de todos los Estados, y en especial de los propios afectados.
Si en el pasado esto se logró, ¿qué les impide a ambos ponerse de acuerdo ahora? Los mecanismos que insisten en utilizar los palestinos ya pasaron de moda y aunque Arafat siga hablando de paz, mientras no pueda controlar a los suyos, y no quiera sancionar a quienes en nombre de la “libertad” siguen derramando sangre inocente, no podrá hablarse de paz.
Ni los cambios de gabinete del Gobierno Palestino convencerán a nadie de buenas intenciones sino hay acción.
Israel, por su parte, acaba de nombrar a un nuevo Ministro de Defensa conocido por su odio acérrimo hacia los palestinos, lo que también deja entrever que las medidas que se vislumbran hacia el futuro son sangrientas. Ha llegado la hora de meditar si los protagonistas de esta historia deberían retirarse y dejar el paso a aquellos que sí desean negociar con dignidad, pues de lo contrario lo único que se seguirá logrando es odio y muerte.