Siempre que se otorgan los distintos Premios Nobel les presto mucha atención, sobre todo a los designados a la Medicina, Física o Química pues, aunque no tengo nada de médico o científico, me gusta saber qué avances positivos se han realizado en el mundo.
El Premio Nobel de la Paz es normalmente el más esperado por todos, ya que se considera que simboliza el esfuerzo de una persona por mantener el orden y el entendimiento entre los seres humanos, y si a ello le agregamos que el galardonado es un latinoamericano nos sentimos muy orgullosos llegando a considerarnos todos los latinos ganadores.
Este año, como ya se venía anunciando, el Premio Nobel de la Paz otorgado por el Comité Noruego del Nobel recayó sobre la figura del Presidente de Colombia Juan Manuel Santos, pero al quedar la noticia confirmada me temo que no puedo menos que preguntarme: ¿de qué me perdí?
La primera vez que fui a Colombia fue en 1988. En aquel entonces, ese país estaba sumergido en una violencia sin precedente que mantenía dos frentes abiertos, el del narcotráfico y el de la guerrilla. Salir a la calle en cualquiera de las principales ciudades implicaba correr el riesgo que le detonara una bomba en un restaurante, que lo secuestraran o que llevara la peor parte en un fuego cruzado. Con el tiempo y con mucho esfuerzo, el narcotráfico se fue controlando dejando una cadena incontable de víctimas a su paso, pero la guerra que llevaban adelante las FARC no había forma de detenerla, principalmente porque sus focos de enfrentamientos y sus guaridas eran lugares de difícil acceso hasta para el mismo Ejército y su financiamiento se sustentaba en el tráfico de drogas.
En un momento clave el expresidente Andrés Pastrana trató de negociar con ellos, no obstante el grado de poder que habían adquirido sobre la base del terror, les permitió darse el lujo de dejarlo plantado al encuentro que se había convocado en la búsqueda por la paz.
La violencia perduró por muchos años más hasta que llegó al poder Álvaro Uribe, verdadero artífice de la paz de la que ahora el Presidente Santos se hace dueño.
Desde el primer momento el expresidente Uribe dejó claro que ya era tiempo de abandonar el diálogo por la paz con aquellos que no creían en ella. Con inteligencia militar, ataques directos y juegos estratégicos les devolvió Colombia a los colombianos. Las ciudades de Medellín y Bogotá pudieron recobrar la civilización que sus ciudadanos reclamaban. A la narco-terrorista-guerrilla la empujaron hacia lo más recóndito de la selva. Liberaron a muchas personas; les devolvieron pueblos rurales secuestrados a sus pobladores; mataron a varios de los cabecillas que controlaban a estos asesinos; le levantaron la moral al Ejército colombiano, que por temas políticos y en búsqueda de la paz, no los dejaban actuar y por fin las personas empezaron a vislumbrar el fin de una guerra que generaciones enteras ya no entendían.
El Presidente Santos que a la sazón fue el Ministro de Defensa del señor Uribe en más de una ocasión no conocía los planes de su jefe por estar ocupado haciendo política. Luego y con ayuda del Álvaro Uribe logró obtener la presidencia e inició conversaciones de paz con una guerrilla que ya estaba a las puertas de la derrota. ¡Pero de qué manera lo hizo! Ambos bandos acudieron a los hermanos Castro que ni saben de libertad y mucho de menos de paz. Imagínense los últimos dictadores del continente mediando para lograr paz entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla que ellos mismos alimentaron. Y su intervención la llevaron a cabo con tal éxito que se hacen también merecedores de otro Premio Nobel de la Paz. Les entregaron el país a las FARC. Borrón y cuenta nueva. Inmunidad e impunidad para todos los delincuentes de las FARC. No importan las muertes que causaron, los secuestros que llevaron a cabo, los desplazados que provocaron; ahora pueden regresar libres a donde quieran, vivir en la paz que se les hizo a la medida, algunos ser enjuiciados en tribunales especiales que contarán con jueces especiales y hasta extranjeros (me imagino que provenientes de Cuba) y aspirar a un cargo político de elección, y a cambio el gobierno o mejor dicho el país no recibirá NADA.
El Presidente Santos no respetó ley alguna para negociar la paz, ¿o es que las leyes por robo, secuestro, asesinato, tráfico de drogas o atentar contra el orden constitucional en Colombia solo aplican a unos pocos? Sería bueno que los presos en las cárceles consulten esto con sus abogados. Y como si con esto no bastara utilizó los fondos públicos; es decir, el dinero de todos los colombianos, no los de las FARC, para pagar la campaña que promovía el voto por el sí y sufragar los gastos del referéndum.
¿Puede alguno de ustedes pensar que al final de la Segunda Guerra Mundial se hubiera negociado la paz con términos como estos y los secuaces de Hitler quedaran libres por la vida?
Colombia no se merece tener ciudadanos pobres: tienen petróleo, oro, esmeraldas, bosques, agua, café, entre tantas bendiciones, pero pregúntele a los empresarios y hasta al mismo gobierno cómo tuvieron que hacer para sobrevivir en esta guerra contra unos delincuentes que los chantajeaban y robaban.
Al final, después de 17 atentados contra su vida por defender a los colombianos solo queda recordarle el expresidente Uribe que nadie sabe para quién trabaja.
Siempre que se otorgan los distintos Premios Nobel les presto mucha atención, sobre todo a los designados a la Medicina, Física o Química pues, aunque no tengo nada de médico o científico, me gusta saber qué avances positivos se han realizado en el mundo.
El Premio Nobel de la Paz es normalmente el más esperado por todos, ya que se considera que simboliza el esfuerzo de una persona por mantener el orden y el entendimiento entre los seres humanos, y si a ello le agregamos que el galardonado es un latinoamericano nos sentimos muy orgullosos llegando a considerarnos todos los latinos ganadores.
Este año, como ya se venía anunciando, el Premio Nobel de la Paz otorgado por el Comité Noruego del Nobel recayó sobre la figura del Presidente de Colombia Juan Manuel Santos, pero al quedar la noticia confirmada me temo que no puedo menos que preguntarme: ¿de qué me perdí?
La primera vez que fui a Colombia fue en 1988. En aquel entonces, ese país estaba sumergido en una violencia sin precedente que mantenía dos frentes abiertos, el del narcotráfico y el de la guerrilla. Salir a la calle en cualquiera de las principales ciudades implicaba correr el riesgo que le detonara una bomba en un restaurante, que lo secuestraran o que llevara la peor parte en un fuego cruzado. Con el tiempo y con mucho esfuerzo, el narcotráfico se fue controlando dejando una cadena incontable de víctimas a su paso, pero la guerra que llevaban adelante las FARC no había forma de detenerla, principalmente porque sus focos de enfrentamientos y sus guaridas eran lugares de difícil acceso hasta para el mismo Ejército y su financiamiento se sustentaba en el tráfico de drogas.
En un momento clave el expresidente Andrés Pastrana trató de negociar con ellos, no obstante el grado de poder que habían adquirido sobre la base del terror, les permitió darse el lujo de dejarlo plantado al encuentro que se había convocado en la búsqueda por la paz.
La violencia perduró por muchos años más hasta que llegó al poder Álvaro Uribe, verdadero artífice de la paz de la que ahora el Presidente Santos se hace dueño.
Desde el primer momento el expresidente Uribe dejó claro que ya era tiempo de abandonar el diálogo por la paz con aquellos que no creían en ella. Con inteligencia militar, ataques directos y juegos estratégicos les devolvió Colombia a los colombianos. Las ciudades de Medellín y Bogotá pudieron recobrar la civilización que sus ciudadanos reclamaban. A la narco-terrorista-guerrilla la empujaron hacia lo más recóndito de la selva. Liberaron a muchas personas; les devolvieron pueblos rurales secuestrados a sus pobladores; mataron a varios de los cabecillas que controlaban a estos asesinos; le levantaron la moral al Ejército colombiano, que por temas políticos y en búsqueda de la paz, no los dejaban actuar y por fin las personas empezaron a vislumbrar el fin de una guerra que generaciones enteras ya no entendían.
El Presidente Santos que a la sazón fue el Ministro de Defensa del señor Uribe en más de una ocasión no conocía los planes de su jefe por estar ocupado haciendo política. Luego y con ayuda del Álvaro Uribe logró obtener la presidencia e inició conversaciones de paz con una guerrilla que ya estaba a las puertas de la derrota. ¡Pero de qué manera lo hizo! Ambos bandos acudieron a los hermanos Castro que ni saben de libertad y mucho de menos de paz. Imagínense los últimos dictadores del continente mediando para lograr paz entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla que ellos mismos alimentaron. Y su intervención la llevaron a cabo con tal éxito que se hacen también merecedores de otro Premio Nobel de la Paz. Les entregaron el país a las FARC. Borrón y cuenta nueva. Inmunidad e impunidad para todos los delincuentes de las FARC. No importan las muertes que causaron, los secuestros que llevaron a cabo, los desplazados que provocaron; ahora pueden regresar libres a donde quieran, vivir en la paz que se les hizo a la medida, algunos ser enjuiciados en tribunales especiales que contarán con jueces especiales y hasta extranjeros (me imagino que provenientes de Cuba) y aspirar a un cargo político de elección, y a cambio el gobierno o mejor dicho el país no recibirá NADA.
El Presidente Santos no respetó ley alguna para negociar la paz, ¿o es que las leyes por robo, secuestro, asesinato, tráfico de drogas o atentar contra el orden constitucional en Colombia solo aplican a unos pocos? Sería bueno que los presos en las cárceles consulten esto con sus abogados. Y como si con esto no bastara utilizó los fondos públicos; es decir, el dinero de todos los colombianos, no los de las FARC, para pagar la campaña que promovía el voto por el sí y sufragar los gastos del referéndum.
¿Puede alguno de ustedes pensar que al final de la Segunda Guerra Mundial se hubiera negociado la paz con términos como estos y los secuaces de Hitler quedaran libres por la vida?
Colombia no se merece tener ciudadanos pobres: tienen petróleo, oro, esmeraldas, bosques, agua, café, entre tantas bendiciones, pero pregúntele a los empresarios y hasta al mismo gobierno cómo tuvieron que hacer para sobrevivir en esta guerra contra unos delincuentes que los chantajeaban y robaban.
Al final, después de 17 atentados contra su vida por defender a los colombianos solo queda recordarle el expresidente Uribe que nadie sabe para quién trabaja.