Ser de la nobleza o aristócrata en la América hispánica del siglo XIX tal vez fue un suceso reservado a unos pocos que por ser descendientes de españoles o por los títulos nobiliarios heredados o por las hazañas de sus antepasados, habían logrado obtener. Pero gozar de esos privilegios y convertirse en opositor de la Corona española, enfrascarse en una revolución por la libertad y encarar un sueño que buscaría la unión de los oprimidos y liberados para que de forma perpetua la fuerza los convirtiera en un ente impenetrable contra futuras agresiones y la grandeza de sus pueblos reinara sobre los imperios, era un privilegio que por designio Divino solo se reservó a unos pocos.
Simón Bolívar fue esa persona educada, de modales finos, visitante habitual en los mejores y espléndidos salones de Europa donde conoció y engendró en su mente las primeras ideas de libertad que lo regirían hasta el último de sus días. Napoleón Bonaparte, que para entonces gozaba de esplendor por su ascenso repentino, meteórico y revolucionario, le sirvió como inspiración para todas las cosas que el destino, si es que existe, le pondría en su camino después. No importa si Bolívar aprobaba o rechazaba las actuaciones de Napoleón, el solo hecho de saber que la monarquía en Francia había sido derrotada por siempre era suficiente para él, aun cuando el emperador gobernara como dictador y llevara a la guerra a toda Europa.
Iniciada su aventura y ya derrotado y exiliado por segunda vez, en Jamaica redactó el 6 de septiembre de 1815 lo que conoceríamos como la Carta de Jamaica, punta de lanza, pero que sin saberlo se convertiría en el credo que regiría los principios bolivarianos tan vilipendiados en todos los tiempos. Dicha carta, con una profundidad ejemplar solo surgida de un visionario, nos muestra una perspectiva de los acontecimientos que rodeaban a Latinoamérica, así como analizaba el daño que España nos había causado a lo largo de los siglos de colonización. Extraño, como dijéramos, viniendo de una persona nacida y criada para servir a la Corona en las tierras legajas de su propiedad en el Nuevo Mundo, pero cuyas aberraciones, saqueos y sometimiento a los americanos ya le pesaban e incomodaban.
Para Bolívar, ya era tiempo para liberarse. América se había convertido en un mundo aparte, con costumbres diferentes a las españolas, con intereses apartados de los del Viejo Continente, con ganas de independencia como cuando un adolescente se convierte en hombre y debe abandonar el hogar de los padres para crear el suyo propio.
La independencia y libertad que se buscaba no era para convertirnos en naciones independientes, con ideales diferentes. El sueño era de orden superior, por ello en la Carta de Jamaica expresó:
«Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse;……… ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el Corinto para los griegos!…”.
Simón Bolívar volvió, luchó y ganó sus batallas. Liberó a Latinoamérica, cambió el rumbo de la historia e hizo historia.
En 1824, ya en su etapa organizacional de las naciones liberadas, el Libertador bajo una concepción equivocada convocó desde Lima a lo que se denominaría el Congreso Anfictiónico de Panamá a celebrarse en 1826. Sin embargo uno puede tener un ideario magnífico, pero no ser compartido por otros, que luego de disfrutar de los manjares del éxito de la emancipación plantean sus propias agendas e intereses olvidando a quién o quiénes los llevaron al sitio a donde se encontraban. Se puede decir que el congreso en Panamá fue un fracaso, ya que solo asistieron algunos países de la región, a saber: la Gran Colombia (Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), Perú, México y las Provincias Unidas de Centroamérica, hoy El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Guatemala y Honduras. El mismo Bolívar no asistió.
Los temas discutidos fueron muchos y variados. Los acuerdos pocos y pobres. Se suscribió entre los presentes el tratado magnífico titulado De la Unión, de la Liga y de la Confederación Perpetua que solo llegaría a ser ratificado por la Gran Colombia, por tener cada nación opiniones distintas a lo expuesto y hasta diferencias internas. El mismo Bolívar manifestaría su poca complacencia hacia lo discutido y lo pactado, puesto que consideraba que se omitían detalles importantes e indispensables para la unión regional que se deseaba obtener. Sin embargo, a la luz de la retrospección que da el tiempo ahora podemos decir que Bolívar no se percató de que sin buscarlo se convertiría en el primer mandatario que convocó a una cumbre de países y el primero en lograr que se firmara un acuerdo multilateral entre naciones. Lastimosamente, poco después se suscitaría un desenlace fatal a sus aspiraciones, ya que la Gran Colombia se desintegraría e igual suerte correrá Centroamérica.
Simón Bolívar, derrotado, traicionado y enfermo emprende el camino que creyó él que lo llevaría a su autoexilio, pero que al final lo liberó. En su trayecto la Divinidad le entrega el premio del descanso eterno, premio para su alma, premio que en vida nunca buscó.
Tuvieron que pasar tan solo cien años para que la iniciativa de realizar una cumbre americana se retomara, pero esta vez la idea surgiría de un presidente panameño. Así pues, Rodolfo Chiari convocó a todos los países del continente al denominado Congreso Pan-Americano conmemorativo del de Bolívar que se reuniría en Panamá el 22 de junio de 1926 con el propósito de retomar el ideal del Libertador de enlazar a los países del continente, resolver las diferencias como hermanos y defendernos como uno solo, ideal que ahora una centuria después, se podía observar con claridad que no resultaba utópico.
Es cierto que la mayoría de los países invitados solo enviaron delegaciones u observadores, pero los acuerdos alcanzados dejaron en claro la firme voluntad de mantener a América unida y considerar que un agravio para cualquier país significaría una agresión para todos.
En julio de 1956, por iniciativa del presidente Ricardo Arias Espinosa, se reunió a todas las naciones americanas en la misma ciudad y bajo un mismo techo, aquel en donde se realizó el Congreso Anfictiónico de 1826. Se creyó indispensable que todos los países motivados por la visión bolivariana se congregaran para celebrar las trece décadas del primer congreso convocado por el Libertador.
Concurrieron dieciséis presidentes y cuatro presidentes electos. Es cierto que la realidad americana que se vivía para ese momento estaba ensombrecida por dictaduras militares o civiles disfrazadas de democracias capitalistas, pero que ello no impidió que se suscribiera la Declaración de Panamá a la luz de la estatua de Simón Bolívar, y se acordara «el principio de que el Estado existe para servir y no para dominar al hombre, el anhelo que la humanidad alcance niveles superiores en su evolución espiritual y material, y el postulado de que todas las naciones pueden vivir en paz y con dignidad”.
Esta declaración no tuvo fuerza legal, ya que los países debían ratificarlas, pero ello no fue óbice para su aplicación, pues más que una norma supralegal llena de encargos que cumplir por los que la suscribieron, era una declaración de principios universales y aplicables a cualquier nación civilizada del mundo.
La emoción surgida tras esta cumbre se sintió entre sus participantes y los ciudadanos panameños como un paso gigantesco hacia el ideal de Bolívar.
Los que en el pasado sufrieron de miopía ante el sueño de un hombre con una mente superior y un alma desinteresada y entregada al prójimo, hoy se lamentarían por el desprecio a una idea que los pudo hacer grandes.
Como diría centurias después el escritor colombiano William Ospina en su obra En Busca de Bolívar: “Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneraciones, todas las calumnias en plegarias, todos los hechos en leyenda”.
En pleno siglo XXI Simón Bolívar se ha convertido en la imagen de los estafadores de la política, de los vendedores de esperanzas para los pobres, de los nuevos piratas de los recursos naturales de las naciones bendecidas por Dios, de aquellos que hablan de una radiografía latinoamericana distorsionada tratando de superponer la Carta de Jamaica a la realidad opresora de actos de sometimiento humano.
La visión del Libertador fue una de esas rarezas humanas de las cuales no volveremos a saber.
TOMADO DEL LIBRO CRUZANDO FRONTERAS Los sellos Postales de Panamá como expresión de historia, cultura e identidad 2015
Belonging to the nobility or aristocracy in Hispanic America in the nineteenth century was conceivably an occurrence set aside for the few Spaniards´ descendants, those who inherited titles of nobility, or those who through their ancestors´ feats had managed to acquire. But to enjoy these privileges and become an opponent of the Spanish Crown, engage in a revolution for freedom and face a dream that would seek the union of the oppressed and liberated so that their strength perpetually made them an impenetrable entity against future aggressions and the greatness of their peoples reigned over the empires, was a privilege that by Divine design was reserved only for an even more select few.
Simón Bolívar was that educated person, of fine manners, habitual visitor in the best and splendid halls of Europe where he encountered and generated in his mind the first ideas of freedom that would govern him until the last of his days. Napoleon Bonaparte, who by then enjoyed splendor by his sudden, meteoric and revolutionary rise, served as inspiration for all things that fate, if it exists, would put in his path later. It is inconsequential whether Bolivar approved or rejected Napoleon’s actions, the mere fact that the monarchy in France had been defeated forever was sufficient for him, even if the emperor ruled as a dictator and lead a war across Europe.
His adventure by now initiated, and already defeated and exiled for the second time, in Jamaica, on September 6, 1815, he drafted what we would come to know as the Letter of Jamaica; spearhead, that unbeknownst to him would embody the creed that would rule the Bolivarian principles so vilified at all times. This letter, with depth so exemplary it could only have arisen from a visionary, shows us a perspective of the events surrounding Latin America, as well as an analysis of the damage that Spain had caused to us throughout the centuries of colonization. Strange, as we said, coming from a person born and raised to serve the Crown in the lands of its property in the New World, but on whom its aberrations, looting and subjections of the American people already felt heavy and uncomfortable.
For Bolivar, it was time to break free. America had become a separate world, with customs different from Spain´s, with interests apart from those of the Old Continent, and with a desire for independence akin to that of a teenager who becomes a man and must leave his parent´s home to create his own.
The independence and freedom that was sought was not to become independent nations, with different ideals. The dream was of a higher order, which is why in the Letter of Jamaica he expressed:
“It is a grand idea to try to form a single nation from the entire New World with a single axis that links its parts with each other and with the whole. Since it has a shared origin, language, custom and religion, it should therefore have a single government to confederate the different States that are to be formed; ……… How beautiful it would be that the Isthmus of Panama was for us what the Corinth is for the Greeks! … «
Simón Bolívar returned, fought and won his battles. He liberated Latin America, changed the course of history and made history.
In 1824, the liberated nations already in their organizational stage, the Liberator under a mistaken outset, convened from Lima what would be called the Amphictyonic Congress of Panama to be held in 1826. One can have a magnificent ideology, which is not shared by others, who after enjoying the delicacies of the success of emancipation draft their own agendas and interests forgetting who lead them to the place where they found themselves. It can be said that the congress in Panama was a failure, since only some countries of the region attended, namely: Gran Colombia (Colombia, Venezuela, Ecuador and Panama), Peru, Mexico and the United Provinces of Central America, today Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Guatemala and Honduras. Bolivar himself did not attend.
The topics discussed were many and varied. The agreements reached however were few and poor. The magnificent treatise entitled Union, League and Perpetual Confederation was subscribed among those in attendance, still, because each nation had different opinions and even internal differences, only Gran Colombia would go on to ratify it. Bolivar himself expressed his lack of complacency towards what was discussed and what was agreed upon, since he considered that crucial and indispensable details required to reach the regional union desired were omitted. Nevertheless, in light of the retrospection that times permits, today we can say that Bolívar did not grasp that without intending to he would become the first leader to successfully summon an international summit, as well as the first to achieve a multilateral agreement between Nations. Unfortunately, a fatal outcome to his aspirations would arise shortly after, since the nations that made up “Gran Colombia” would separate, and the same fate will run its course throughout Central America.
Simón Bolívar, defeated, betrayed and ill, took the path that he believed would lead him to his self-exile, but that in the end freed him. In his journey Divinity gave him the prize of eternal rest, a reward for his soul, a prize he never sought in life.
It took only one hundred years for the initiative to hold an American summit to resume, but this time the idea would come from a Panamanian president. Thus, on June 22, 1926, Rodolfo Chiari summoned all the countries of the continent to the so-called Pan-American Congress, which was to take place in Panama, commemorating Bolivar´s summit, with the purpose of retaking the Liberator’s ideal of linking the countries of the continent, to resolve our differences as brothers and defend ourselves as one, an ideal that now a century later, could be clearly observed was not in its nature utopian.
It is true that most of the invited countries only sent delegations or observers, but the agreements reached made clear the firm will to keep America together and consider that a grievance against any country would mean aggression towards all.
In July of 1956, at the initiative of President Ricardo Arias Espinosa, all the American nations met in the same city and under one roof, the one where the Amphictyonic Congress of 1826 was held. It was considered indispensable that all the countries motivated by the Bolivarian vision would gather to commemorate the thirteen decades of the first summit convened by the Liberator.
Sixteen presidents and four presidents-elect attended. In truth, the American reality at that moment in time was overshadowed by military or civil dictatorships disguised as capitalist democracies, yet this did not prevent the signing of the Declaration of Panama in light of the statue of Simón Bolívar, and the agreeance of «the principle that the State exists to serve and not to dominate man, the longing that humanity may reach higher levels in its spiritual and material evolution, and the claim that all nations can live in peace and with dignity.”
This declaration was not legally binding, since the countries had yet to ratify it, still, this didn´t prevent its application, because beyond merely a legal norm full of orders to be fulfilled by those who signed it, it was a declaration of universal principles applicable to any civilized nation of the world.
The excitement that emerged after this summit was felt among its participants and the Panamanian citizens as a gigantic step towards reaching Bolivar´s ideal.
Those who in the past suffered from nearsightedness before the dream of a man with a superior mind and a selfless soul surrendered to serving his fellow man, today would be sorry for the contempt of an idea that could have made them great.
As the Colombian writer William Ospina would say centuries later in his work entitled «En Busca de Bolívar«: «It was enough for him to die so that all hatreds could become venerations, all slander turn into prayers, and all deeds into legend».
In the twenty-first century Simón Bolívar has turned into the facade of political impostors, of the sellers of hope for the poor, of the new pirates of the natural resources of the nations blessed by God, of those who speak of a distorted x-ray of Latin America trying to superimpose the Letter of Jamaica to the oppressive reality of acts of human submission.
The vision of the Liberator was one of those human oddities of which we will not know again.